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domingo, 14 de octubre de 2012

Venezuela: los medios y la realidad, por Ricardo Forster (para “INFOnews” del 12-10-12)




Arriba : Un buen ejemplo de la LIBERTAD DE PRENSA que los medios opositores dicen no tener en Venezuela.
Abajo : Los Tres Mosqueteros que, como marca la tradición, son cuatro.
 
 La insistencia de la realidad por desmentir, una y otra vez, la proliferación de un relato hegemónico que proyecta su deseo como verdad incuestionable, se ha visto confirmada, como no podía ser de otro modo, por el rotundo triunfo de Hugo Chávez. El bombardeo mediático, esta vez desplegado no sólo en nuestro continente sino abundantemente replicado en Estados Unidos y en Europa, les hizo creer, a sus propios cultores, que la ficción podía y debía convertirse en realidad efectiva. Estaban convencidos de que Venezuela regresaría a la “civilización democrática”, que estábamos en las vísperas del “funeral del populismo chavista” y que, ¡por fin!, la ola republicana, cual tsunami reparador, inundaría los últimos restos de “demagogia y autoritarismo” hasta alcanzar, como no podía ser de otro modo, al resto de los países de la región infectados por ese virus maldito. El aluvión mediático puesto al servicio del candidato de la derecha y funcionando a pleno para deslegitimar a quien ha revalidado democráticamente su mandato a lo largo de 14 años, no hizo más que poner en evidencia el miasma enfebrecido de ese mismo aparato de la desinformación que, por esos giros extraños de lo mórbido, acaba por creer sus propias fantasías. Demudados, confundidos, resentidos por sus propias alucinaciones, intentan explicar lo inexplicable, aquello que no debía suceder de acuerdo a su inefable descripción de la “verdadera” realidad pérfidamente ocultada por el maligno populismo.
El fin anunciado de la revolución bolivariana sería la antesala del giro sudamericano hacia la genuina vida democrática siempre asfixiada por los regímenes populistas que no han hecho otra cosa que multiplicar el atraso, la venalidad, la pobreza, la ineficiencia y la corrupción en nuestros países deseantes, según estos críticos apocalípticos que conocen en profundidad las genuinas inclinaciones de nuestros pueblos, de reencontrarse con la guía de la Gran Democracia del Norte que no deja de añorar sus épocas de hegemonía indiscutible. Incluso los “progresistas” europeos se sumaron al coro de las injurias contra Hugo Chávez y se acomodaron, sin ninguna dificultad, a la estrategia de socavamiento y de denigración de una experiencia político social que viene transformando la vida de los sectores populares venezolanos. Un dato no menor de la actualidad es, precisamente, la convergencia de la derecha –que siempre sabe identificar a su adversario– y un seudo progresismo que termina por ser funcional a los objetivos restauradores. En nuestro país, y tomando los últimos sucesos caceroleros y la rebelión de prefectos y gendarmes, el peligro de esta convergencia se puso sobre el tapete allí donde sectores que se autodefinen como democráticos y progresistas no saben, no pueden o no quieren diferenciarse de la derecha vernácula y sus instrumentos mediáticos. Todos, de un modo u otro, esperaban ansiosos la derrota de Chávez. Unos listos para festejarla con impudicia, esa misma que emana de su visión reaccionaria de la sociedad y, los otros, con disimulada vergüenza en relación a sus antiguas identificaciones políticas. Capriles se había convertido, para unos y otros, en la esperanza blanca de la restauración sudamericana. Sus ilusiones se desvanecieron entre la niebla de sus propias orfandades.
No deja de plantearse una curiosidad: ¿será posible que países como Brasil, Argentina, Ecuador, Uruguay y Bolivia hayan sentido como propio el triunfo de Chávez? Si se tratase apenas de la Argentina –país dominado por la “ficción kirchnerista”– nuestros progresistas e incluso izquierdistas no tendrían problemas: para esos inmaculados exponentes de la “visión justa y verdadera”, chavismo y kirchnerismo se parecen en su impostura y en sus múltiples arbitrariedades. Pero claro, si Lula, Dilma y Mujica elogian al venezolano y destacan la importancia crucial de su triunfo para la continuidad de estos tiempos de cambios populares en Sudamérica, los progresistas neorrepublicanos se sienten “como turco en la neblina” porque no han dejado de elogiar a Brasil y Uruguay en detrimento de Venezuela y la Argentina. Si los que apoyan efusivamente son Correa y Evo, los que se encuentran en problemas son los que suelen correr por izquierda reivindicando justamente la radicalidad de bolivianos y ecuatorianos ante la supuesta farsa sobre todo argentina. Lo cierto es que cada uno de los líderes continentales tenía bien en claro lo que estaba en juego en estas elecciones.
Los que estaban “confundidos” son los mismos que resaltan las “virtudes democráticas” de las protestas caceroleras o que “justifican” el chantaje de gendarmes y preceptos descargando todas sus baterías críticas contra la figura de Cristina Fernández. Para ellos, igual que durante la avanzada de los sectores rural-mediáticos en 2008, la sola idea de abordar desde la perspectiva de una “acción destituyente” a ciertas protestas de los últimos tiempos no es más que el resultado fantasioso de un régimen que busca ocultar su ineficiencia y su corruptela detrás de imaginarios neogolpismos. Horacio González ha utilizado la imagen, provocadora, de “golpismo sin sujeto” para intentar describir lo barroso de un tipo de insubordinación y de ruido callejero que se mueve viscosamente por márgenes en los que las palabras “democracia”, “república”, “garantía constitucional” son utilizadas a destajo de un modo sospechoso por aquellos que siguen añorando los tiempos en los que un gobierno legítimo se derrumbaba ante el ensordecedor ruido de las cacerolas o se ponía a temblar ante el déjà vu de los uniformados. Para ciertos sectores progresistas no hay ningún peligro a la vista, de la misma manera que la derrota –¿deseada?– de Chávez no constituía un enorme riesgo para la unidad latinoamericana y para la continuidad de los proyectos populares.
“Si antes se discutía –escribe Horacio González tratando de describir este “clima de época”– sobre la orientación de las instituciones y el lenguaje, hoy se discute para resquebrajar esas cosas por dentro. ‘Golpismo sin sujeto’. Es la hipótesis no escrita de la larga agonía. Por eso es evidente que no hay que gastar la rápida expresión ‘golpismo’, señalando con ella lo que ocurre, porque lo que ocurre lo es aunque de otra manera”. Otro modo de ser de aquello que, en otras circunstancias nacionales y continentales, se llamaba simple y llanamente “golpismo” pero que hoy asume otras características más simuladas y difusas, amparadas, muchas veces, en retóricas democráticas y auxiliadas por las plumas de quienes gustan moverse por el andarivel del progresismo. “Siendo de este modo, la palabra golpismo hay que interpretarla –continúa González– también de otra manera. No lo es en su tipo de acción conspicua, pero sí en sus maniobras invisibles. Tiene una característica a la que no vale situar como una conspiración, precisamente por haberse sumergido glutinosamente en una parte sombría de la lengua nacional. Podemos decirla en su parte de verdad, pero no la interpretaremos a fondo si no hundimos nuestro propio pensamiento en el modo en que se tejieron los hilos invisibles de una lengua recóndita, sin rostro ni forma, que percute todo el día en las ciudades. ¿Pero no estamos aún a tiempo de indicar cómo funciona esa lengua del ultraje, invisible con su serpentina antidemocrática? Se la debe mostrar ante las fuerzas de centroizquierda o de izquierda, a la efectiva oposición democrática, para que actúen en el reconocimiento verdadero de la situación, no por dádiva ni por ingenuidad, sino porque ellas también están en peligro”. ¿Qué piensan que habría sucedido, los que subestiman lo que estaba en juego en las elecciones venezolanas, si el resultado hubiese sido otro? ¿Qué imaginan, esos mismos críticos del populismo –sea venezolano, argentino o ecuatoriano–, que sucedería si el lenguaje del ultraje que se escucha en nuestras ciudades emanando de algunos sectores medios encontrase el camino del poder? ¿Cabe tanta “ingenuidad”? ¿No alcanzan a ver un hilo que vincula la manifestación del 13/9 no sólo con la protesta antidemocrática de las fuerzas de seguridad y la cobertura mediática inclinada ostensiblemente hacia la denigración de Chávez y el apoyo a Capriles junto con el sistemático intento de horadar la figura presidencial?
La tozuda realidad, esa que suele habitar en el incomprensible e indescifrable –para los relatos de los medios hegemónicos– mundo popular, repudió, otra vez, la multiplicación del montaje y la mentira. Hizo añicos la estrategia de transformar a un candidato emergente –supuesto portador de virtudes inmaculadas– en el heraldo de los nuevos tiempos en los que se repararía la caída en abismo de nuestras sociedades. El triunfo contundente de Hugo Chávez hizo saltar en mil pedazos el trabajo de los saltimbanquis de la información, trituró los “sesudos análisis” de un ejército de “analistas políticos” que anunciaban, cual profetas bíblicos, el fin de la tiranía y la llegada, ahora sí, de una ola republicana y democrática asentada sobre la economía global de mercado y la siempre bendecida democracia liberal. Más de una década de oscuridad populista sería barrida por un gigantesco haz de luz cuyo punto de difusión no sería otro que los grandes medios privados de comunicación, verdaderos ejes y responsables de una estrategia que, eso alucinaban, encontraría en el triunfo de Capriles su punto de partida, la alborada de un nuevo despertar continental capaz de barrer la decadente ola populista que viene infectándonos desde finales del siglo pasado.
Chávez, su derrota anunciada, vendría a evidenciar todos los males de una década multiplicadora de los peores vicios de la demagogia populista. Su incesante demonización, su conversión en el espectro del mal, tenía como objetivo principal doblegar no sólo aquello que venía sucediendo en Venezuela sino alcanzar al conjunto de los proyectos populares de la región. El añorado sueño del triunfo de la derecha venezolana se convirtió en el sueño de toda la derecha continental y en el deseo ferviente de los centros hegemónicos del poder mundial que saben reconocer quiénes son los que, en la realidad de capitalismo global contemporáneo, cuestionan la hegemonía neoliberal. Por eso su furia, la intensidad de sus estrategias de demolición mediática, la construcción de un relato capaz de hacer de Chávez el comeniños de la época. El portador de un escándalo mayúsculo. El hecho maldito, parafraseando a John William Cooke, del mundo burgués neoliberal. Como decía el siempre recordado David Viñas, “si quiero saber qué es lo que está sucediendo en el país y de qué lado debo estar, tengo que leer La Nación y hacer todo lo contrario de lo que sugiere el diario de Mitre”. Leyendo la cobertura pre y poselectoral que los medios hegemónicos hicieron no resulta difícil, como decía Viñas, orientarse en medio de tantas operaciones de prensa y de tantos ejercicios de “golpismo sin sujeto”. O, quizá, lo que va quedando cada vez más claro son los rasgos de ese sujeto que suele camuflarse en los lenguajes “espontáneamente” emanados de algunas protestas convertidas, por mor de ciertas plumas virtuosas, en quintaesencia del ideal democrático.
Una vez más, como entre nosotros en octubre de 2011, la elocuencia de la realidad, la materialidad compleja de la historia, se hizo presente para desarmar la estrategia de una derecha continental que apostó fuerte en Venezuela y volvió a perder. Reconfortados por el triunfo del proyecto bolivariano no debemos subestimar la continuidad, por otros medios y en otras geografías, de las diferentes variables de destitución que siguen habitando en el interior de esas zonas difusas y barrosas en las que se mezclan el qualunquismo de sectores de la clase media, la inimputabilidad de la corporación mediática en su desconocimiento de la ley, la manipulación de reivindicaciones justas de fuerzas de seguridad reabriendo los expedientes de un pasado maldito y la funcionalidad de algunas expresiones del progresismo con esa misma estrategia de la derecha.
El triunfo amplio de Chávez ha servido para desmontar operaciones y revanchismos y ha reforzado el proyecto de unidad sudamericana. Pero también constituye un desafío de primera magnitud a la hora de revisar críticamente la marcha diversa de países y proyectos que, como sus líderes lo saben muy bien, no pueden dormirse en los laureles de una victoria por más importante y contundente que haya sido.

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