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sábado, 20 de octubre de 2012

Del enemigo al adversario, por Dante Augusto Palma (para “Veintitrés” del 18-10-12)





 En las últimas semanas he tenido la suerte de realizar presentaciones de mi libro El Adversario a lo largo de todo el país. Desde Villa La Angostura pasando por Rosario y Colón (Entre Ríos) pude desarrollar algunos de las ideas principales que vengo exponiendo en esta revista y he podido compilar en el libro. Ahora bien, en estas presentaciones en las que el público participa abiertamente llamativamente se repitió una pregunta que la recuerdo bien porque me generó cierta zozobra. La voy a mencionar y luego le pediré algo de paciencia para aclarar algunos conceptos. La pregunta podría sintetizarse así: ¿qué pasa cuando el adversario te considera un enemigo?
Para responder a este interrogante se debe comenzar teniendo en cuenta que si una de las principales discusiones de la política actual pudiera esquematizarse, bien cabría identificar dos grandes grupos. Por razones pedagógicas los denominaré “consensualistas” y “agonistas”. Los primeros consideran que la democracia y la política necesitan de un consenso básico sobre un conjunto de instituciones y que los conflictos que naturalmente pudieran surgir se pueden resolver a través del diálogo y de la negociación. Este grupo se afirma en el presupuesto de que el conflicto no es inherente a la condición humana o que, en todo caso, si lo es, resulta posible eliminarlo a través de un acuerdo. Para restringirnos a los últimos siglos, la tradición contractualista encajaría bien en esta descripción y en la actualidad podría ubicarse allí a aquellos pensadores que forman parte de lo que podría denominarse “republicanismo liberal”.
Pero también existe otra tradición, igualmente compleja y que ha abrevado de diferentes líneas de pensamiento, que aquí denominé “agonista”. Los agonistas consideran que el conflicto es inherente a la democracia y a la política. Es más, entienden que lo político es en sí mismo conflicto y que una sociedad con perspectiva de futuro es la que convive con los antagonismos y no aquella que busca eliminarlos. Dentro de esta tradición hay pensadores identificados con la derecha como Carl Schmitt pero también toda una línea hegeliano-marxista que hoy encuentra como referentes a pensadores como Ernesto Laclau o Chantal Mouffe, representantes de lo que suele denominarse “izquierda lacaniana”.
Laclau se encuentra “de moda” por defender una visión de populismo que los editorialistas de los grandes medios no pueden o no quieren entender, pero a mí me interesa en estas líneas reivindicar lo que Mouffe denomina “modelo adversarial” pues resultará central para dar cuenta del interrogante antes planteado.
La autora de En torno a lo político propone una democracia agonista en la que el conflicto es parte inescindible y en la que naturalmente existe un “otro” con el cual disputar. La existencia de este “otro” suele generar escozor en las visiones consensualistas porque suponen que una sociedad donde existe un otro es una sociedad fracturada. Pero para Mouffe la pregunta es distinta y podría formularse así: “¿Ese otro es un adversario o es un enemigo?”.
En otras palabras, del otro lado siempre habrá un grupo con quien confrontar pero el punto sería cuáles son los límites de ese enfrentamiento. En este sentido ella analiza el punto de vista del antes mencionado Carl Schmitt, quien afirma que lo propio de lo político es la distinción amigo-enemigo y que la lucha contra este último es una lucha existencial “a muerte”. Pero ni siquiera hay que remitirse demasiado a la academia pues puede tomarse como ejemplo la utilización del término “enemigo” durante los golpes militares en la Argentina, en especial, el último. Frente a esta visión, Mouffe propone un punto de vista que no elimina el conflicto pero que sí lo enmarca dentro del juego democrático. Desde esta perspectiva, el otro con el cual se disputa es un adversario con el cual se luchará con todas las fuerzas posibles pero siempre en el marco del Estado de Derecho y el veredicto de las urnas.
Considero que esta categorización es útil para entender al kirchnerismo pues este no comprende la democracia y lo político en un sentido consensualista pero tampoco adopta la perspectiva agonista que entiende que el otro es un enemigo, pese a la insistencia y a la recurrencia con que obsesivamente los amanuenses del poder intentan vincularlo con Carl Schmitt. Porque más allá de haber heredado el verticalismo peronista y caracterizarse por una explícita concentración de las decisiones en la figura de Cristina Fernández, guste o no, se trata de un movimiento que ha crecido a la luz de la maduración democrática de nuestro país. De esto se sigue que exista una apuesta por un trasvasamiento generacional hacia los sub 35 que han crecido en democracia y cuyos principales referentes son nietos recuperados o bien tienen la edad de ellos.
Y sin embargo la pregunta sigue vigente porque hasta ahora hemos respondido cómo entiende la política y la democracia el kirchnerismo pero ¿qué pasa con aquel “otro”, con aquel considerado “adversario”? Dicho de otra manera, aquel con el que el kirchnerismo confronta, ¿considera al kirchnerismo un adversario o un enemigo?
Y allí comienza la perplejidad porque especialmente desde el conflicto entre el Gobierno y las patronales del campo representadas por el Grupo Clarín y el diario La Nación entre otros, estamos siendo testigos de un adversario que parece entender la democracia no como la única sino sólo como una de las formas a través de las cuales volver al poder. Esto no quiere decir que estos grupos concentrados estén comprometidos en un plan de golpe de Estado similar a los que pulularan en Latinoamérica en los años ’70, pero sin dudas serán los principales amplificadores o creadores de cuanto conflicto pudiera generar focos de desestabilización hacia al gobierno tal como ha sucedido en Ecuador, Paraguay, Venezuela y Bolivia entre otros.
En este sentido se puede retomar la pregunta clásica de cualquier teoría práctica: ¿qué hacer? Y para semejante interrogante una respuesta que debe despejar toda duda pues, como se decía anteriormente, esta generación sub 35, aun en el hipotético caso de un golpe, no ve en la acción armada una opción y ni siquiera observa que el otro (golpista) sea un enemigo pues la manera de confrontar con ese accionar se daría siempre en el marco del Estado de Derecho. Y con esto no estoy haciendo ninguna hipótesis de futuro ni delineando un camino a seguir. Más bien estoy haciendo una descripción del pasado reciente y del sendero ya transitado por las Madres de Plaza de Mayo que nunca utilizaron la justicia por mano propia sino que lucharon para que los tribunales nacionales juzgaran a los genocidas con los principios de nuestra Constitución democrática. Allí hay un excelente ejemplo de una disputa política en la que de un lado se considera al otro un adversario pero del otro lado se considera al oponente un enemigo. A la luz del aprendizaje de nuestra historia democrática la apuesta debe ser una y clara: aun cuando el otro nos considere enemigo, siempre y bajo cualquier circunstancia, habrá que responderle como adversario.

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