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domingo, 23 de septiembre de 2012

Batalla de Tucumán: El segundo nacimiento de la Patria, por Adrián Corbella (para “Diario24” del 23-09-12)





BATALLA DE TUCUMAN. El segundo nacimiento de la Patria.
La historia argentina como disciplina “científica” nace con Bartolomé Mitre, político bonaerense que asumió la presidencia tras ganar una batalla y comenzó un duro y violento proceso de centralización política. El gobierno de Mitre fue seguramente, si tenemos en cuenta la cantidad de muertos en conflictos internos comparado con la población total, el más violento de la historia argentina.

Por eso no debe extrañar que, con este padre fundador, la historia argentina asumiera las características que asumió.

La construcción histórica mitrista (1) puso el eje en Buenos Aires y en ciertas ideas liberales en lo económico, y profundamente conservadoras en lo político.

En la visión mitrista, el proceso de independencia se centró en Buenos Aires de una manera casi escandalosa. La condición altoperuana del presidente de la Primera Junta, don Cornelio Saavedra, fue ocultada. Esa elite rioplatense tan europea no podía soportar la idea de un primer “presidente” que fuera “boliviano”. También se omitió el hecho de que uno de los Directores Supremos, Ignacio Álvarez Thomas, era peruano.

El interior del país en general fue ignorado. De decenas de caudillos que actuaron en Salta, Jujuy, Tucumán y las intendencias altoperuanas sólo se permitió sobrevivir históricamente a Martín Miguel de Güemes, y dándole un rol muy menor. Juana Azurduy y tantos otros  como Camargo, Antezana, Gandarilla, Arze, Padilla, Uriondo, Warnes fueron simplemente omitidos. A Artigas se lo extranjerizó transformándolo en “uruguayo”, y el éxodo jujeño quedó reducido a un hecho pintoresco de una provincia lejana.

Al propio Ejército del Alto Perú se lo descontextualizó transformándolo en un indefinido “Ejército del Norte”.

Y Simón Bolívar fue borrado como si se tratara de una figura menor en la historia americana.

Pero quizás el mayor acto de injusticia, que este año estamos tratando como sociedad de reparar, fue el ninguneo de la Batalla de Tucumán(2), seguramente el más importante combate de las guerras de la independencia en el actual territorio argentino. Javier Garin en un reciente trabajo destaca la paradoja de que se haya sobreestimado la importancia de la “Batalla de San Lorenzo”, combate menor y sin demasiada significación militar,y en cambio se restara trascendencia a la gesta tucumana, que él considera el más importante combate  en suelo patrio de nuestra independencia (3).

A veces hay que ubicar las cosas en su contexto para advertir cuál es el valor que tienen.

Las armas revolucionarias rioplatenses habían sufrido algunos meses antes una demoledora derrota en Huaqui, cerca del Lago Titicaca, combate que significó el fin de la carrera militar de Juan José Castelli. Las tropas sobrevivientes huyeron en desbandada y se fueron concentrando en la región de Jujuy. Todos los testimonios de la época comentan lo mismo : los restos del ejército patriota eran una horda más parecida a un grupo de forajidos que a un ejército regular.

A Manuel Belgrano, que, como Castelli, era un civil sin la menor formación militar, se le encomienda ponerse al frente de ese conjunto de desarrapados y retroceder hasta Córdoba, entregando así a los realistas la mayoría de las provincias argentinas.

El Primer Triunvirato (dominado por la figura de su Secretario, Bernardino Rivadavia) había tomado una decisión casi suicida: defender la revolución en Buenos Aires, abandonando todo lo demás. Y esa retirada, con mucho de huída, se hacía en un momento en el que las fuerzas hispanas avanzaban en todos lados, retomando Quito, Caracas, Santiago de Chile, mientras que, cerca del Cabildo y la Plaza de Mayo, aún conservaban Montevideo.

Inicialmente Belgrano cumplió sus órdenes. Jujuy y Salta quedaron detrás.

En Tucumán se encontró con un escollo insalvable : la decisión de resistir no sólo del pueblo tucumano, sino de sus propias variopintas tropas que no querían retroceder más.

Hernán Brienza lo dice claramente en su último libro: “un líder debe obedecer, contra su propia voluntad, un mandato popular […] Y para que no hagan la Revolución con su cabeza, Belgrano opta por ponerse a la cabeza de la Revolución”. (4)

Y así se llega a la batalla de Tucumán, un combate desesperado de una revolución continental que estaba retrocediendo en todos lados, con un General con más tesón que conocimientos, con un gobierno timorato y vacilante, con un ejército que era claramente inferior al enemigo.

En palabras de Hernán Brienza :

“En la mañana del 24 de septiembre de 1812, en el Campo de las Carreras, en las afueras de Tucumán, el ejército realista enfrentó a un pueblo en armas. No se trataba de dos formaciones militares de línea. Comandaba Pío Tristán a las prolijas y eficientes tropas de su majestad; Belgrano lideraba a un pueblo que exhibía rostros de toda América: tucumanos, porteños, cochabambinos, jujeños, paceños, salteños, chuquisaqueños, potosinos, santiagueños, cordobeses, mujeres, niños, ancianos, oficiales, gauchos y soldados. […]Y al frente de esas milicias estaba Belgrano, un abogado devenido en general que por voluntad soberana había decidido ser libre; un líder con un coraje cívico que superaba sus limitaciones políticas y militares, del mismo modo que la nobleza de su espíritu se imponía sobre sus dudas y cavilaciones.”(5)

La batalla duró dos días y estuvo a punto de perderse. Fue confusa, sangrienta y tuvo episodios curiosos, desde una manga de langostas que generó confusión hasta un final en el cual ninguno de los dos generales tenía claro quien había ganado. La victoria argentina se logró en buena medida por la carga inesperada del comandante de las tropas de Reserva, Manuel Dorrego, cuando todo estaba perdido. Fue la batalla en la que la caballería gaucha tuvo su exitoso bautismo de fuego. Fue la batalla que permitió que la revolución de mayo, que estaba perdida, lograra permanecer para transformar a Argentina en el único país que nunca fue reconquistado por los españoles tras las rebeliones de 1810.

Así Manuel Belgrano le comunicó la victoria a un perplejo Triunvirato que quería ver a todas las tropas bien cerquita de Buenos Aires, para protegerle las espaldas a Rivadavia y a los ilustres triunviros :

“La patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas el día 24 de corriente en Tucumán, día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección nos pusimos; siete cañones, tres banderas y un estandarte, cincuenta oficiales, cuatro capellanes, dos curas, seiscientos prisioneros, cuatrocientos muertos, las municiones de cañón y de fusil, todos los bagajes, y aún la mayor parte de sus equipajes son el resultado de ella; desde el último individuo del ejército hasta el de mayor graduación se han comportado con el mayor honor y valor; al enemigo le he mandado perseguir; pues con sus restos va en precipitada fuga”. (6)

Todo eso significó Tucumán. No sólo por el heroísmo de sus habitantes, sino de tantos salteños, jujeños, porteños, altoperuanos (bolivianos diríamos hoy) y gente de todo el Río de la Plata.

El 25 de mayo de 1810 dio comienzo al proceso político que permitiría construir, con el correr de los años, la Nación Argentina.

Pero nunca debemos olvidar que todo esto hubiera quedado trunco sin la heroica, tozuda, imprevista y desesperada acción no sólo del pueblo tucumano sino de miles de hombres y mujeres de todos los territorios que hoy llamamos Argentina y Bolivia.

El 24 de septiembre de 2012, en el Campo de las Carreras, muy cerca de la ciudad de Tucumán, nació nuevamente la Patria.

Adrián Corbella
adriancorbella.blogspot.com

22 de septiembre de 2012.
NOTAS : 
(3)   :  Ver Javier Garin, op.cit.
(4)   Hernán Brienza : “Éxodo Jujeño”, Editorial Aguilar, Buenos Aires, 2012, pag. 201
(5)   Brienza, op.cit., pag. 175.
(6)   Brienza, op.cit., pags. 163-164


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