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viernes, 20 de julio de 2012

¿Cómo llegamos hasta aquí, Beatriz?, por Perra Intelectual (para “perraintelectual.com.ar” del 20-07-12)



“Usted leyó más de un libro de Centro Editor de América Latina”. Fíjese con qué sencilla y escueta proposición podemos alcanzar a entender la dimensión de ese fenómeno. El CEAL fue un emprendimiento editorial sin mayor ánimo de lucro, verdadera propuesta política y militante que no se inscribe ni en el cuestionable marco del “oenegismo”, ni en el voluntarismo de un grupo de educadores, ni en la plataforma política de un partido, ni en el jugueteo diletantte de una formación de chicos bien sin nada para perder.

Una inédita conjunción de factores llevan a los libros del CEAL a formar parte eminentísima de la cultura política argentina: su precio, las bocas de expendio, la excelencia de los intelectuales que participaban como escritores o compiladores, la voluntad de acción frente a las persecuciones políticas, el hambre cultural del público de la época, la madura juventud de sus integrantes, por nombrar algunos.

El Centro Editor de América Latina es un gratísimo hito en la historia de la democratización de la cultura; un laguito de aguas claras que siempre generará la más honda simpatía, tan agradable al corazón como aquellos nuchachos barbudos que bajaron de la Sierra en Cuba. No exagero.

No exagero ni un poquito, porque usted leyó al menos un libro del CEAL, y sabe que no estaban escritos “para principiantes”, sus textos se brindaban -abiertos a toda penetración- de modo tal que con ellos se puede preparar un final de una carrera de grado, y (no “pero” sino “y”) también se pueden leer porque sí. Es decir, son para todos. Los libros del CEAL no son difíciles ni fáciles: son buenos.

Aunque suene poco “científico”, uno siente que la generosidad es el motor fundamental del éxito de las publicaciones del Centro, una generosidad no caritativa, no asimétrica: una generosidad socialista y militante surgida de corazones firmes en su voluntad y tiernos en su relación con el otro. Así, los nombres de Oscar Díaz, Beatriz Sarlo, Aníbal Ford, Horacio Achával Graciela Montes, Susana Zanetti y Jorge Lafforgue aparecen enredados en el más importante emprendimiento de praxis política marxista-gramsciana que haya existido en nuestro país. Son próceres. Debería haber calles con sus nombres.

Ahora bien, algo pasó en el camino. Algo tuvo que suceder para que Beatriz Sarlo se haya transformado en lo que hoy vemos y escuchamos. No me importa que luzca gorila, tampoco que su rictus asuste a la madrastra de Blancanieves. Me preocupa la liviandad, me preocupa que lo que supo ser un método de análisis de la realidad se haya transformado en un mal hábito de escritura. Crítica impresionista, cuadros de costumbres, trazo grueso, diálogo simétrico con las superestructuras que logró roer, desprecio por su pasado.

La Historia no se puede enterrar bajo una lápida. “Aquí yacen los restos de dignidad de quien pudiera ser la intelectual más influyente del siglo” es un epitafio demasiado triste para quien tuvo el privilegio de participar de semejante épica, para quien sabe que en toda biblioteca argentina hay un ejemplar que la menciona, para Beatriz Sarlo.

Beatriz Sarlo no me conoce, y aún así influyó en mi vida: yo leí muchos libros en donde su nombre aparece, aunque sea en un rinconcito. Todos ellos me movieron la cabeza.

No quiero ser Beatriz Sarlo: la admiro demasiado. Tal vez Beatriz Sarlo debería dejar de querer ser Cristina Kirchner, hay buenas razones para ello: dejaría de ser Sarlo, nunca sería Cristina, ese deseo la distrae de su verdadero destino, y nos tiene las pelotas hinchadas.

Era eso nomás: Sarlo me tiene las pelotas hinchadas y no está bueno.

Publicado en :

http://perraintelectual.com.ar/como-llegamos-hasta-aqui-beatriz.htm

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