Páginas

jueves, 12 de abril de 2012

EL LUGAR DE MAURICIO MACRI EN LA POLÍTICA NACIONAL, por Alejandro Horowicz (para "Tiempo Argentino")


Oposición desdibujada

Que la oposición no cuenta con hombres y mujeres capaces de hacer agenda estratégica, al menos en sus puestos de comando, es un escándalo que no escandaliza.


Un temporal volvió a informarnos que la naturaleza, mejor dicho los cambiantes vaivenes climáticos, no afecta a todos por igual. La lista de muertos, sus escuetas biografías televisivas, tiende a confirmarlo. Así como el Katrina anticipó en Nueva Orleans la catastrófica crisis del capitalismo estadounidense, subrayando que la falta de mantenimiento de las exclusas y del sistema de bombeo no golpeaban al barrio francés (de los viejos plantadores esclavistas de algodón) igual que en la periferia históricamente pobre, así volvió a suceder en la orgullosa Buenos Aires, al igual que en el dolido Conurbano bonaerense, con decenas de víctimas fatales evitables.
El fondo del pozo social nos recuerda otra vez que el infierno de 2001, para los sectores de menores ingresos que registra el Indec, no queda demasiado lejos. Al menos, es una distancia que se recorre a paso ligero. Entonces, los “accidentes” y las “víctimas fatales” reaparecen en los medios, para ser sepultados con pena y sin gloria por los últimos dichos, sólo es un ejemplo empírico, de Natalia Oreiro. Una pregunta nos hace pensar que podría no ser tan patético: ¿estas “víctimas accidentales” –puestas en serie con las recientes víctimas ferroviarias– serán el prólogo de una nueva crisis política nacional?
Mientras el gobierno estuvo a la izquierda de la sociedad, al menos de su compacta mayoría, conservó la casi totalidad de la iniciativa política. La denominada “oposición” no pudo hacer mucho más que cambiar durante un ratito la composición de las comisiones del Congreso. Ni eso duró. El intento sistemático de poner palos en la rueda oficial (debate en derredor de la política monetaria del Banco Central) terminó modificando la carta orgánica de la institución. El Parlamento liquidó ese tema. La oposición demostró que todavía no abandonó el horizonte de la Convertibilidad, y claro, la posibilidad de una vuelta atrás, de retomar el programa menemista con algunos parches, ya no resulta tolerable. Lograrlo requiere, supone, implica derrotar al gobierno, primero, y a los sectores populares en su conjunto, después. No es tan sencillo, tampoco imposible.
La oposición no es capaz de alimentar per se una crisis de semejante envergadura. Pero cuidado, que la oposición realmente existente no pueda, no implica que tal cosa no termine sucediendo. El gobierno impulsa su propia agenda (Malvinas, YPF, por citar dos ejes restallantes), y los segmentos dinámicos de la sociedad propician otros debates. La megaminería integra el pelotón, y ese tema permite ampliar la agenda hasta el modelo productivo in totum. Una cosa, la agenda oficial, no supone obligatoriamente una colisión con la otra. Al menos ese enfrentamiento, si terminara por cristalizar, sería una decisión del Ejecutivo. Va a correr todavía mucha agua bajo los puentes. Mientras tanto, el papel opositor cayó al nivel de los temas municipales: impuestos y transporte, el ABL y los subtes. Esto es, Macri.
¿Quién es Mauricio Macri? Nadie. ¿Qué lugar ocupa Mauricio en la política nacional? Todo el espacio que el sistema realmente existente otorga a la oposición. ¿Como entender semejante contrasentido? No es sencillo, y resulta imprescindible. Es que las virtudes personales del jefe de gobierno porteño son excesivamente escuetas, pero así y todo el lugar de la oposición crece. Al menos la mayoría, mientras no se trate de votar a presidente, tiene sensibilidad opositora. Dicho en seco: espera más de un lado que del otro; de creer en las encuestas sobre los conflictos del pasado, si el proyecto de las retenciones móviles – la célebre 125– fuera reflotado, el gobierno volvería a perder. La dirección campera no sería abatida.
Ese dato no puede no registrarse.
Sea como sea, la erizada piel de la sociedad argentina comprueba, mes a mes, que la superficialidad se paga cara. Gobernar supone prever. Incapacidad de previsión y desgobierno coinciden peligrosamente. La trivial idea de que los conflictos de una sociedad coinciden con la instantánea percepción colectiva, y que esta percepción depende de una medición estadísticamente cuantificable denominada encuesta, ha hecho y seguirá haciendo estragos. La distancia entre los que una sociedad percibe y los problemas que quiera o no deberá enfrentar organizan el temario histórico de la conflictividad social. Y una dirección de cierta calidad se reconoce precisamente por la capacidad de adelantarse al estallido, de preverlo con un mínimo de anticipación, y de actuar en consecuencia.
El comportamiento opuesto se conoce como autismo, y no es preciso retroceder hasta el siglo pasado para toparse con dirigentes que remitan en tan precisa y alucinada dirección.
Que la oposición no cuenta con hombres y mujeres capaces de hacer agenda estratégica, al menos en sus puestos de comando, es un escándalo que no escandaliza; y se arrastra desde el estallido de 2001, para decirlo con la máxima de las benevolencias. Y esa terminó siendo a la postre la mayor ventaja del oficialismo, siempre y cuando este conocimiento tenga una traducción elemental: admitir – como solía hacerlo el ex presidente Néstor Kirchner– que sólo abandonamos el peor de los infiernos, y que la tierra prometida no se alcanza con el sencillo expediente de vencer en la próxima elección.
En la Argentina todo atrasa escandalosamente, y la anorexia política ya resulta funesta. No faltan quienes sostienen, siguiendo una lógica política impecable, que la calidad del gobierno no puede separarse de la de sus opositores. En líneas generales comparto esta aproximación. Sin embargo, es preciso matizarla. Si la suerte del gobierno depende de la calidad de esta oposición, el gobierno K estaría condenado, y si la sociedad argentina resolviera –como lo hizo con la Alianza– que el único orden posible es el realmente existente también. Por tanto, es preciso pensar todo de nuevo.
En la tapa del Financial Times las tasas de interés de los títulos españoles no dejan de crecer, igual que la cotización de la tonelada de soja, y la propuesta de recortar el “gasto” se vuelve a defender antes que el último recorte haya sido terminado de ejecutar. En esa dirección prosigue Europa, sin pensar nada, repitiendo la receta de los bancos y el FMI.
La economía de los EE UU ha vuelto a amesetarse, la capacidad de generar nuevos puestos de trabajo se frenó dramáticamente, y la contracción de los precios
– durante el mes de febrero – promedió el 0,8 por ciento. Los precios caen y la demanda solvente también. Ni siquiera esa reducción, que en San Francisco trepa hasta el 2,5%, detuvo la debacle del consumo. Para 2012 se anuncia una reducción del 5% para la venta de televisores. Conviene recordar que en EE UU ese aparetejo espeja el patrón de comportamiento del consumo popular. Y aunque la economía sigue a los trompicones –no faltan los que auguran una tendencia recesiva mucho más intensa, el pórtico de otra crisis– el presidente Obama encabeza todas las encuestas sobre intención de voto. Consulté a un exitoso consejero financiero, que contestó desde el consabido off de record, sobre tan curioso comportamiento. La respuesta parece corresponder a la Argentina: Obama
desencantó a muchos, sostuvo, pero enfrente están los republicanos. Y su sola mención aterra por el momento la escaldada piel de los votantes norteamericanos. Mientras esa siga siendo la lógica política los oficialismos siguen de parabienes.


Publicado en :

http://tiempo.infonews.com/2012/04/10/editorial-72661-el-lugar-de-mauricio-macri-en-la-politica-nacional.php


No hay comentarios:

Publicar un comentario