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domingo, 8 de enero de 2012

La disputa por el peronismo, por Edgardo Mocca (para “Revista Debate”)




Publicado por Iniciativa el 28 Diciembre, 2011

Por Edgardo Mocca
Para “Revista Debate”

Hace casi veinte años, Carlos Altamirano escribía en la revista Punto de Vista un ensayo con el nombre de “El peronismo verdadero”. El argumento central del trabajo era la existencia de un desdoblamiento histórico entre el peronismo “factual” o “empírico” y el peronismo “verdadero”. El primero batalla concretamente por el poder y lo ejerce; es pragmático y actual. El peronismo verdadero, en cambio, es “inactual”; es una virtualidad, una expectativa puesta en la potencialidad del peronismo, “reprimida y extraviada por el peronismo fáctico”. Fue Perón el único que pudo articular en su persona la facticidad y la verdad del peronismo, aun cuando no pudo evitar después de su regreso definitivo en 1973 los desafíos de la izquierda de su movimiento que actuaba en nombre del peronismo verdadero.
El autor no lo hace explícito, pero el desdoblamiento que evoca tiene, a lo largo de su historia, un paralelo con la clásica delimitación entre derechas e izquierdas: quienes siempre reclamaron la virtualidad traicionada del peronismo fueron los sectores de izquierda, tanto en la vertiente sindical como política. Curiosamente asistimos en estos días a un resurgimiento de la dualidad pero en posiciones invertidas: prolifera desde los márgenes del movimiento –y desde ciertos analistas mediáticos bruscamente reconvertidos en añoradores melancólicos de la pureza del peronismo- la reivindicación de una “verdad histórica” del peronismo adulterada por quienes lo encabezan desde el año 2003. Los más brutales exponentes de esta moda político-ideológica completa la trama de su argumento con la apelación a la filiación histórica“setentista”, cuando no “montonera” de los líderes del kirchnerismo; el adjetivo “imberbe” que Perón arrojara a los manifestantes que lo perturbaban durante el acto del 1ero de mayo de 1974 es reactualizado hoy contra el kirchnerismo. En síntesis: hoy el peronismo verdadero no es el santo y seña de los revolucionarios que denuncian como fraudulenta la invocación genética de los liderazgos burocráticos o conservadores, sino que son los herederos del movimiento como “partido del orden” los que niegan credenciales históricas a quienes gobiernan en nombre de la tradición popular del peronismo.
Para otro pensador de la política, Juan Carlos Torre, el desdoblamiento que muestra la historia es el que enfrenta al peronismo “contingente” y el peronismo permanente. No hay en este caso una verdad esencial en disputa sino el dato duro de una particular flexibilidad del movimiento para adaptarse a los cambios políticos. Así el “peronismo contingente” es expresado por los liderazgos circunstanciales que captan el clima de época y enderezan la nave del movimiento en esa dirección, lo que permite al peronismo ese plus electoral que asegura su éxito en cada coyuntura. Mientras tanto el “peronismo permanente” es el que provee la masa fundamental de los apoyos estables del movimiento y asegura su perdurabilidad más allá de las cambiantes coyunturas. Según Torre este segmento permanente tiene ideas estatistas y distribucionistas, pero es básicamente conservador en lo cultural. Así como el menemismo fue el peronismo contingente de los años del neoliberalismo, el kirchnerismo lo es del cambio político-cultural ocurrido hace diez años en el país, que forma parte además de un impulso de alcance regional. Cuando el péndulo vuelva a correrse será, entonces, el tiempo de otra contingencia ideológica del peronismo.
El reciente y muy comentado discurso de Hugo Moyano en el estadio de Huracán puso la cuestión de la disputa por la herencia simbólica del peronismo en el centro de la escena. No es muy difícil comprender por qué produce tanto entusiasmo la discusión: después de una elección en la que las oposiciones fueron unánimemente desplazadas del centro de la vida política, el futuro del país parece dirimirse enteramente en el interior de la constelación que llevó a Cristina Kirchner a un nuevo período de gobierno. El peronismo no expresa a toda esa constelación pero constituye indudablemente su núcleo decisivo. La enérgica apelación del líder de la CGT al peso del voto de los trabajadores en el éxito electoral del 23 de octubre lleva al centro de la cuestión: se trata de dirimir quién representa y representará a esta masa decisiva.
A diferencia del “peronismo disidente”, hoy agonizante, el camionero no desafía al gobierno desde la plataforma del partido del orden y la armonía social, contra el supuesto confrontacionismo irresponsable de las actuales autoridades. Lo que pone en escena, para decirlo en el léxico propuesto por Altamirano, es una nueva forma de aparición del “peronismo verdadero”, no ya en términos de esencialidad revolucionaria sino de fidelidad a la clase trabajadora. Mientras el peronismo verdadero de otros tiempos partía el mundo sindical entre burócratas y combativos, entre dóciles al poder y leales a su clase, Moyano apela a la clase trabajadora como conjunto y cuestiona desde allí al peronismo de los “chicos bien”. La esencia del peronismo no estaría dada por un tipo particular de orientación política sino por el peso que en él tengan hoy y alcancen en el futuro los trabajadores.
¿Cuál sería el “peronismo contingente” -para dialogar, en este caso, con la clasificación de Torre- que daría respuesta a los reclamos que hoy el discurso cegetista declara insatisfechos? ¿Cuál sería el rumbo político que expresaría de modo más cabal que el actual la fidelidad del movimiento hacia la clase trabajadora? Es posible que todo gire en torno de ese enigma: finalmente los diferendos políticos reconocen una solución que nunca está en sus argumentos sino en el poder. Y el problema del poder lleva necesariamente a la coyuntura, al “acontecimiento” como cruce entre las estructuras y la acción actual. Dicho de otro modo, un discurso nunca es solamente un discurso; siempre es, además, un conjunto de condiciones sociales en las que ese discurso es recibido y procesado. La idea que subyace al duro diagnóstico del “vaciamiento de peronismo” que adjudicó el dirigente camionero a la actualidad del partido justicialista, es la de la conformación de un espacio político de trabajadores que dispute la herencia del proceso abierto en 2003. Sería una suerte de reedición de la experiencia original del laborismo que constituyó uno de los torrentes principales que desembocaron en el nacimiento del peronismo y que fuera disuelto casi inmediatamente después de la asunción de Perón como presidente. La tentación laborista alcanzó años después al líder metalúrgico Vandor, en la audaz empresa de construir un “peronismo sin Perón”. Fue la elección provincial de Mendoza en 1966, en el que un candidato del general exilado derrotó al aspirante puesto por Vandor el acontecimiento que selló el final del experimento.
No hay nada, en principio, que condene al fracaso a un nuevo intento de cuño laborista. Sin embargo, la geografía cultural y política cambió mucho en estos últimos cuarenta años y no justamente a favor de una empresa política circunscripta a la representación obrera. Desde los años setenta hasta principios del nuevo siglo se desplegó de modo brutal la configuración capitalista que hoy está en plena crisis a nivel mundial. Fueron años de desindustrialización, de empobrecimiento y desorganización de los trabajadores. De una manera todavía incipiente, se ha tendido en los últimos años a la reparación social y a la recuperación productiva, pero lejos estamos de los tiempos en que Perón proclamaba al movimiento obrero como columna vertebral del movimiento. Nada está escrito, pero el proyecto de un peronismo de los trabajadores tendría que rendir muchos y exigentes exámenes.
La recepción política inicial del discurso no deja mucho lugar a la duda. No parece haber un contingente político-social ávido de recoger los cuestionamientos laboristas al actual gobierno. El entusiasmo vino del lado de los históricos adversarios del tipo de sindicalismo que representa la actual dirección de la CGT. Vino de Barrionuevo, de Venegas, de muchos de los personajes que simbolizan al sindicalismo que prosperó como nunca en los tiempos de Menem y del neoliberalismo y contra el cual combatió el MTA de entonces, con Moyano a la cabeza. Vino también de las derechas políticas y mediáticas que confían en que las tensiones entre gobierno y CGT, junto con las repercusiones económicas y sociales de la crisis internacional, generen una brecha desde la cual erosionar el capital político del gobierno. No hay ningún proyecto político que pueda prescindir de las coyunturas. Difícilmente la conducción cegetista termine adoptando el curso que le proponen sus nuevos y sospechosos amigos.

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