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jueves, 1 de diciembre de 2011

Conmigo no, Coronel Dorrego, por Enrique Manson (para “Tiempo Argentino” del 01-12-11)

Entender el pasado

Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 1 de Diciembre de 2011

Por Enrique Manson Historiador.

Autor de José María Rosa y el historiador del pueblo.


Puestos a imaginar conductas, suponemos que don Juan Manuel habría estado satisfecho con la defensa de la soberanía financiera, produciendo la reducción histórica de las cadenas de la deuda más importante de la historia.


El mundo académico argentino acaba de ingresar en una fuerte polémica sobre el nuevo relato histórico que se propone instaurar el kirchnerismo. Por medio del decreto 1880/2011, firmado por la presidenta hace diez días, el gobierno creó el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, que se propone reescribir la historia argentina a través de algunos de los grandes personajes del pasado.” Así comienza la nota en que el diario La Nación da a conocer la creación de dicho instituto.
“La medida de Cristina Kirchner”, continúa, “provocó ya una fuerte polémica entre reconocidos historiadores, que cuestionan por lo menos tres puntos de la iniciativa. Advierten con preocupación que la tarea estará a cargo de divulgadores de la historia y no de científicos reconocidos en la materia. Señalan, además, que se ignora aún si el objetivo real no será incorporar estos nuevos relatos históricos en los programas de las escuelas secundarias. Y alertan, en consecuencia, sobre la posibilidad de que esta operación impulsada por la Casa Rosada tenga como meta la instauración de un ‘pensamiento único’ del pasado.”
La creación, con carácter de nacional de esta nueva institución historiográfica, ya había provocado las primeras reacciones, tanto en los seguidores de la versión dogmática de nuestro pasado, de la que el fundador del diario fuera iniciador, como de alguna secta que conserva las mayores aberraciones del despotismo militarista nacido en los años ’30.
En efecto, durante la conmemoración de la batalla de la Vuelta de Obligado, la presidenta recibió –y lució en su pecho− un cintillo punzó, que llevaba las efigies de Rosas y de su esposa, Encarnación Ezcurra. Al verlo, exclamó “¡Está Encarnación!”, sorprendida por la presencia, bastante olvidada en nuestra historia, de la mujer del Restaurador. Al día siguiente, el diario Clarín, que en tiempos remotos diera frecuente cabida a la pluma de historiadores revisionistas, publicó una nota de Susana Viau titulada “Medidas odiosas y revisionismo punzó”. Luego de una enumeración de las calamidades que se avecinan con el inicio de la presidencia elegida con el 54% de los votos –aunque sin el “voto económico”− al decir de algún panegirista de la última dictadura cívico-militar, la periodista afirma que “la Presidente se incluyó de lleno en las corrientes revisionistas y la reivindicación de Encarnación Ezcurra”.

“Encarnación... era la máxima seguidora de su marido, Rosas… cuando éste andaba conquistando el desierto, matando a los indios a los que no lograba domesticar con subsidios (negrita en el original), o por las estancias. Fue ella, dicen, la que alentó la formación de la Sociedad Popular Restauradora, en la que pululaban en extraña mixtura los comerciantes y la soldadesca”, y promovió la revolución de los restauradores, protagonizada por “los tenderos de la ciudad y los estancieros satisfechos con el avance de las tropas sobre las tierras indias”. Así nació la “tiranía” que, como el kirchnerismo, terminó con “la libertad de prensa” y con “la disidencia”.
“Contra las consecuencias de aquella paradójica ‘revolución restauradora’ fue escrito el artículo 29 de la Constitución de 1853 que declara ‘infames traidores a la Patria’ a quienes vuelvan a entregar a un individuo el poder absoluto, a quienes permitan que la vida, el honor y las fortunas de los argentinos queden en manos de gobiernos o persona alguna”. Que fue el fundamento de largos años de prisión de legisladores opositores a la dictadura de Aramburu y Rojas en los años ’50.
En la mencionada nota de La Nación, se señala que “el historiador Luis Alberto Romero también fue muy crítico respecto de la creación del instituto. ‘El Estado asume como doctrina oficial la versión revisionista del pasado. Descalifica a los historiadores formados en sus universidades y encomienda el esclarecimiento de la «verdad histórica» a un grupo de personas carentes de calificaciones. El instituto deberá inculcar esa «verdad» con métodos que recuerdan a las prácticas totalitarias. Palabras, quizá, pero luego vienen los hechos’, expresó Romero”. No es la primera vez que Romero se manifiesta con palabras admonitorias contra quienes carecemos −modestamente, me incluyo− de calificaciones, tal vez por haber sido expulsados de la universidad en 1976 por el gobierno que convocó a algún académico para elaborar los planes de estudio de historia de la enseñanza primaria.
El año pasado, en ocasión de publicarse el libro La Gran Epopeya, en que Pacho O’Donnell se refiere a la gloriosa acción de Obligado, el mismo historiador profesional lamentaba que se festejara una derrota. También afirmaba que “se llegó a un acuerdo muy honroso…, en el que Rosas obtuvo lo que no pudo lograr en el campo de batalla. Celebremos pues el éxito pacífico de la diplomacia y no el fracaso de la guerra.” El problema es que guerra y diplomacia eran una unidad. Una guerra es siempre una calamidad, pero hay guerras inevitables, sobre todo cuando se nos vienen encima las dos primeras potencias de la época, ayudadas por cómplices nativos. De la crítica parece surgir la idea de que el “tirano” fracasó con los cañones, y eligió después la diplomacia. Es algo parecido a lo del alumno del maestro Firpo que decía que un perro era cuatro patas, dos orejas y una cola. El perro es un animal, que tiene patas, cola y orejas. El conflicto con los imperios tuvo batallas y diplomacia. Era una guerra colonial en la que se enfrentaban un imperio –dos, en este caso− con una colonia o con un país pequeño. Los agresores buscaban una ganancia, lo que implicaba una inversión. En dinero, en sangre, en materiales. El costo no debía superar al beneficio esperado.
La gloriosa batalla de Obligado fue el punto culminante de esa guerra colonial. En ella se destacó el heroísmo de los guerreros argentinos que, como diría San Martín, no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca. Pero las guerras contra las potencias no se ganan sólo con heroísmo. No menos necesaria es la conducción de un estadista que, como Juan Manuel de Rosas, apoyado por su pueblo, condujo con firmeza y talento la guerra contra las dos potencias de su época.
Es cierto que había argentinos que tenían, como decía Romero, “opiniones diferentes sobre cómo organizar el país”, aunque es lamentable que quienes las tenían hubieran gestionado la intrusión anglofrancesa y, muchos de ellos, disfrutaran del espectáculo de Obligado desde la borda de los barcos invasores. Esto fue juzgado por San Martín lamentando que hubiera “americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su Patria.”
Muchos de los críticos de la creación del instituto se preocupan por el peligro de que desde el gobierno se instale una versión oficial de la historia que responda a la corriente revisionista que hoy podríamos llamar, con más propiedad, nacional y popular. De este modo, se terminaría con la objetividad histórica.
Más allá de que está claro que no se trata de la imposición de una versión dogmática de nuestro pasado, tampoco tiene mucha seriedad la pretensión de objetividad de una interpretación desarrollada en tiempos en que se imponía –muchas veces, como en Pavón y en Cañada de Gómez− por la fuerza de los Remington, derramando la sangre de los gauchos que sólo eso tenían, para Sarmiento, de seres humanos.
No fue muy objetiva la argumentación utilizada para condenar a Juan Manuel de Rosas.
“Si el juicio de Rosas lo librásemos al fallo de la historia”, decía Nicolás Albarellos al fundamentar la ley que lo declaraba reo de lesa patria, “no conseguiremos que sea condenado como tirano, y sí, tal vez, que fuese en ella el más grande y glorioso de los argentinos… Juicios como estos no deben dejarse a la historia. ¿Qué se dirá, qué se podrá decir, cuando se viere que la Inglaterra le ha devuelto sus cañones y saludado su pabellón manchado con sangre inocente con la salva de 21 cañonazos?… ¿Que el valiente general Brown, el héroe de la marina de Guerra de la Independencia, era el almirante que defendió los derechos de Rosas? ¿Que el general San Martín, el padre de las glorias argentinas, le hizo el homenaje más grandioso legándole su espada? ¿Se creerá dentro de 20 años, o 50, todo cuanto digamos contra el monstruo, si no lo marcamos con una sanción legislativa para que ni siquiera quede marcado por nosotros, voz del pueblo soberano? Se dirá que no ha sido un tirano; lejos de ello ha sido un gran hombre. ¡¡Ese monstruo, señor!!” (Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de Buenos Aires, año 1857, sesión del 1 de julio)
No muy distinta fue la actitud del padre o abuelo de nuestra Historia Oficial, hoy llamada “social” o algo parecido, cuando repudiaba la Historia de la Confederación Argentina de su discípulo Adolfo Saldías, diciendo: “¡Llama usted traidores, y por varias veces, a los que combatieron y derribaron la tiranía de Rosas por medio de alianzas y coaliciones, buscando fuerzas concurrentes! ¡Olvida que el pueblo luchó cuarenta años (sic) contra su tirano salvando su honor con su resistencia!” No hay objetividad contra los tiranos, ante los que hay que guardar “los nobles odios ante el crimen que me animaron en la lucha”.
Acompañan en su disgusto a los críticos precedentes otros hombres que prefieren desagraviar a Doña Encarnación porque algún integrante del recién creado Instituto se atrevió a compararla con la presidenta actual. Con el mismo estilo de alaridos con que siguen adhiriendo a la última tiranía criminal, las plumas de la revista Cabildo, acompañan nuevamente a la intelectualidad liberal. En este caso, lo hacen repudiando a quienes usaron a la “Heroína de la Federación” para “chuparle las medias a una de las más fieras destructoras de las Fuerzas Armadas argentinas… gran protectora de los que armados por la Cuba comunista y la Unión Soviética agredieron a la Nación Argentina.” Quien escribe estas duras denuncias, que entrenó su pluma en la defensa del piadoso soldado de Cristo Christian von Wernich, afirma que “La causa de” Rosas… “es completamente distinta y enfrentada con la de Kirchner.” Estos personajes, que al decir de Fermín Chávez siguen lamentando haber perdido la 2ª Guerra Mundial, siempre fueron coherentes. Apoyaron a Uriburu para terminar facilitando el pacto Roca-Runciman, lo hicieron con Lonardi para concluir acompañando los fusilamientos de junio, siguieron a Onganía para llevar adelante las políticas de Krieger Vassena, y se ensangrentaron con Videla y Massera para que Martínez de Hoz arrasara con la Argentina industrial que conservaba algún resabio de justicia social.
Puestos a imaginar conductas, suponemos que don Juan Manuel habría estado satisfecho con la defensa de la soberanía financiera, produciendo la reducción histórica de las cadenas de la deuda más importante de la historia. ¿No fomentó la industria nacional, contra el monocultivo, siendo él mismo un terrateniente? ¿No presionó, acaso, con los intereses de los acreedores privados británicos usándolos como arma que debilitara el frente interno del Imperio, cuando la agresión de Obligado? ¿No hubiera hecho descolgar del Colegio Militar el retrato del asesino “por mi orden” Juan Lavalle, y mandado a juicio –tal vez con menos garantías que las del derecho del siglo XXI− a los que produjeron el fenómeno demográfico de que en un año sin pestes ni epidemias, el número de muertes superara al de nacimientos en la provincia de Buenos Aires?.
A su vez, una prestigiosa escritora cuyo transitar político provocaría la envidia de Patricia Bullrich, afirma que el revisionismo es un fósil del pasado, y diez libros revisionistas no son comparables con una página del historiador que desde la Universidad de Berkeley explica las desorientaciones de los movimientos populares a lo largo de nuestra historia. Teme, también, que el Instituto, rincón arcaico y polvoriento, se convierta en algo más peligroso. Pese a que el prócer cuyo nombre lleva se haya caracterizado por su respeto de las formas democráticas hasta la exageración de confiar en el sometimiento a las instituciones de los logistas que inspiraron el crimen de Navarro.
Tal vez sea ese temor el que la lleve a advertir, dedo en ristre, “¡Conmigo, no, Dorrego!”.

Publicado en :

http://tiempo.infonews.com/notas/conmigo-no-coronel-dorrego

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