“La banalización del apelativo ‘nazi’ no es un privilegio de la incultura argentina”, señala el autor, que parte de las expresiones de tres conocidos periodistas –“Es Goebbels puro, repetir, repetir una mentira hasta que se torna verdad”– para contar el origen de la frase y tomarla como ejemplo de “una patología de la circulación de discursos”.
Por Iván Almeida
Doctor en Filosofía. Profesor jubilado de la Universidad de Aarhus, Dinamarca.
Semanas atrás, tres periodistas argentinos de considerable trayectoria respondieron con términos de inusual gravedad a las repetidas acusaciones de un conocido panel de la TV pública. Uno se sirvió de expresiones como “basuras nazis” y “foro nazi-fascista”. Otro calificó el programa de “goebbeliano y perverso”. El tercero fue más explícito: “Es Goebbels puro. Repetir, repetir una mentira hasta que se torna verdad. Es el Manual Uno de Goebbels Uno”. Nombrar a los protagonistas o decidir si las acusaciones del panel eran o no falsas sale del propósito de esta nota, que intenta abordar el caso como una patología de la circulación de discursos.
La banalización del apelativo “nazi” no es un privilegio de la incultura argentina, ni tampoco de la derecha política. En EE.UU., los mismos términos fueron recientemente empleados tanto por demócratas (Steve Cohen) como republicanos (Sarah Palin), con el agravante de recurrir no sólo a Goebbels, sino también al Holocausto y hasta al “libelo de sangre”.
Las referencias a Goebbels apuntan siempre hacia una frasecita con múltiples variantes. La más vulgarizada tendría la forma de una consigna que se le atribuye: “Mientan, mientan (o calumnien, calumnien) que algo quedará”. En la fórmula “repetir una mentira” el acento no está puesto en “mentira” sino en “repetir”. Uno puede mentir sobre su adversario sin merecer el apelativo de “nazi”. En cambio, todo aquel que repite una supuesta mentira cae automáticamente en el nazismo. A esa conclusión se llega a través de un encadenamiento de, al menos, tres presuposiciones infundadas: 1) que Goebbels dijo la frase que se le atribuye; 2) que toda palabra de Goebbels, por anodina que sea, pertenece al nacionalsocialismo, 3) que todo aquel que, adrede o no, cumple algo que dijo Goebbels, es nazi y justifica el Holocausto. La falacia de las premisas b y c salta a la vista. Queda por demostrar la falsedad de la primera.
Negar la autenticidad de la frase no significa justificar a Goebbels, que, como ministro de la propaganda nazi, fue sin duda un mentiroso a repetición. Pero eso no constituye una característica específicamente nazi ni una prueba de que sea él el autor de la mencionada consigna. Así, George Orwell escribía, refiriéndose a la política del imperio británico: “El lenguaje político –y esto es verdadero, con variaciones, para todos los partidos políticos, desde los conservadores hasta los anarquistas– tiene como objetivo hacer que las mentiras suenen verdaderas...” (“Politics and the English Language”).
Una minuciosa compulsa de los documentos pertinentes muestra que: a) nunca la referencia a Goebbels va justificada bibliográficamente; b) si se excluyen los 29 tomos de los diarios, descubiertos cuando ya la frase circulaba por el mundo, en ninguno de sus escritos canónicos Goebbels aparece haciendo suya esa frase; c) no hay rastros de tal frase en los principales estudios y biografías sobre Goebbels.
Pero sigue siendo imposible “demostrar” en forma definitiva la no-existencia de un hecho histórico. Por eso, los párrafos que siguen abordarán otros argumentos, lógicos o empíricos, que sirven para descartar la plausibilidad misma de que Goebbels haya sido el autor de esa frase fuera de sus textos canónicos. Estos argumento son: 1) el contenido de la frase es contradictorio con el hecho de su enunciación; 2) Goebbels dijo lo contrario de lo que se le atribuye; 3) la frase fue acuñada muchos siglos antes de Goebbels, lo cual vuelve arbitrario el exclusivo recurso a su nombre; 4) Goebbels atribuye esa consigna a sus adversarios; 5) es posible rastrear el origen de la atribución apócrifa.
1 Si Goebbels hubiera dado la consigna que se le atribuye, habría caído en lo que los lógicos llaman la “paradoja del mentiroso”, que se resume en la frase “lo que estoy diciendo es falso”. Un ministro de propaganda que diera públicas instrucciones de mentir estaría saboteando el contenido mismo de la consigna. Si se acepta que la propaganda consiste en decir mentiras que parezcan verdades, la orden de mentir funciona sólo si nunca es enunciada, de otra forma la mentira aparece como mentira y se anula la consigna.
2 Lo plausible es que un mentiroso profesional necesite, al contrario, apoyarse en una clara reivindicación de la verdad. Así lo hizo Goebbels en el Congreso de Nuremberg de 1934: “La buena propaganda no necesita mentir, en realidad no puede mentir. No tiene razón para temer a la verdad. (...) Una propaganda que miente prueba que su causa es mala y a largo plazo no puede triunfar”.
3 La expresión “Calumniad, calumniad, que algo quedará”, circulaba todavía en los años ’50, atribuida alternativamente a Voltaire y a Beaumarchais. El imperativo verbal no era interpretado entonces como un dictamen, sino como la cristalización de una sabiduría refranera. Sin embargo, ambas atribuciones son apócrifas. Los primeros rastros de la frase remontan de hecho al siglo I d.C. En el capítulo 4º del libro I de sus Obras Morales, Plutarco la atribuye a Medion de Larisa, un ambiguo personaje que cinco siglos antes había sido consejero de Alejandro Magno: “Ordenaba a sus secuaces que sembraran confiadamente la calumnia, que mordieran con ella, diciéndoles que cuando la gente hubiera curado su llaga, siempre quedaría la cicatriz”. La frase reaparece en el siglo XVII, ya decantada como un conocido proverbio. Así lo atestigua Roger Bacon en su obra latina De la dignidad y el desarrollo de la ciencia. Hablando de la “jactancia”, dice que se le puede aplicar “lo que se suele decir” de la calumnia: “Como suele decirse de la calumnia: calumnien con audacia, siempre algo queda” (VIII: 2). Un siglo más tarde, Rousseau pone en boca de un “famoso delator” la consigna siguiente: “Por más grosera que sea una mentira, señores, no teman, no dejen de calumniar. Aun después de que el acusado la haya desmentido, ya se habrá hecho la llaga, y aunque sanase, siempre quedará la cicatriz” (Epístolas I:1). Finalmente, en el siglo XIX, Casimir Delavigne, en Les enfants d’Edouard, reformula como una simple constatación la frase que había atravesado toda nuestra era: “Mientras más increíble es una calumnia, más memoria tienen los tontos para recordarla” (acto I, v. 299-300).
4 Queda claro que Goebbels no fue el inventor de la frase. Al contrario, la recibe de la tradición y se sirve de ella para describir la “estúpida” maniobra del enemigo. En su artículo “De la fábrica de mentiras de Churchill” (12/1/1941) escribe: “... una vez proferida una mentira, (Churchill) sigue repitiéndola sin que nada ni nadie se lo pueda impedir, hasta que al final acaba él mismo creyéndola”. Y más adelante: “El esencial secreto del liderazgo inglés no debe buscarse tanto en una inteligencia particularmente afilada sino, mucho más, en una estúpida y bochornosa tozudez. Los ingleses se rigen por el siguiente principio: ‘cuando mientes, miente en grande y sobre todo persevera en la mentira’. Y así siguen mintiendo, aun a riesgo de volverse ridículos”. Conceptos similares había vertido Hitler, trece años antes, en los capítulos 6 y 10 de Mein Kampf.
5 La arbitrariedad, la ignorancia histórica y la insensatez lógica con la que se tiende hoy a recurrir al nazismo como modo de injuria evocan, por su irracional expansión, la imagen de una epidemia, de la que conviene rastrear los primeros brotes. En 1968, los Archivos Nacionales de Washington desclasifican un informe confidencial que el Office of Strategic Services había solicitado en 1943 al psicoanalista de Harvard Walter Ch. Langer. En la página 51 de su informe, Langer propone un resumen personal (no una cita) de los principios de la propaganda nazi: “Sus reglas principales eran: (...) concéntrense en un enemigo por vez y acúsenlo de cada cosa que anda mal: la gente va a creer más rápido una gran mentira que una pequeña; y si la repiten con suficiente frecuencia, tarde o temprano la gente la va a creer”. Esta última supuesta consigna retoma casi literalmente los conceptos esgrimidos por Goebbels para describir la propaganda enemiga. Sin duda los lectores del informe asumieron el resumen de Langer como un epítome feliz de lo que debía saberse sobre la propaganda nazi. De allí a la atribución literal de esas palabras a Goebbels el puente no es difícil de imaginar. Luego vino la desclasificación del documento y el consecuente reguero de deformaciones y rumores. Todo eso fue infinitamente amplificado con la llegada de Internet. El término inglés con el que se señala, en la jerga de la comunicación electrónica, la cadena de engaños, es hoax. Es lo que Goebbels llamaría “la fábrica de mentiras”. El hoax funciona precisamente gracias al doble principio que enuncia el informe de Langer: a) la gente cree más rápido una gran mentira que una pequeña, b) una mentira repetida insistentemente acaba siendo creída.
Es admirable la irónica performatividad con la que se ha difundido la apócrifa frasecita, que hace que quienes la repiten la están cumpliendo, y siguen repitiendo hasta el cansancio una mentira en la que ellos mismos, ingenuamente, acabaron creyendo.
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http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-173636-2011-08-03.html
Bastante pobre este filosofo, al igual que el autor y el blog en general.
ResponderEliminarGracias Diego. No te gusta pero has sido respetuoso.
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