Reforma y Revolución. Dos términos que se han opuesto en el pensamiento político casi desde que el mundo es mundo. La diferencia entre cambios de diversa profundidad que mantienen la esencia de un sistema, y cambios totales que generan una realidad nueva parece demasiado clara como para discutirla, y sin embargo nos parece que no siempre son tan detectables , no siempre se presentan con prístina claridad.
Los procesos políticos “populistas” sudamericanos, del hoy y del ayer, han mostrado una tendencia bastante concreta a generar reformismos que despiertan en los sectores dominantes, y muchas veces incluso en sectores sociales secundarios a la estructura central de poder (como las clases medias, que no son fuertemente afectadas por esos cambios), reacciones profunda y violentamente “contrarrevolucionarias”. Y cabría preguntarse si estas reacciones están generadas por una desmesura de esos sectores, o si son “lógicas” y tienen causas concretas y definidas.
¿ Representan los populismos latinoamericanos sólo fuerzas reformistas que no amenazan los fundamentos del statu quo o son, por el contrario, movimientos cuasi revolucionarios que generan reacciones desesperadas de dominadores que ven llegar el fin de “su” mundo?...
Quizás el mejor lugar donde buscar una respuesta sea en la Argentina del peronismo y su versión siglo XXI, el kirchnerismo, ya que el peronismo, por su continuidad, diversidad, profundidad de su influencia y capacidad de transformación es seguramente el más rico y complejo de estos movimientos políticos a los que muchos politólogos tildan de “populistas” (categoría que muchas veces pasa a ser una gran bolsa conceptual donde se “guarda” aquello que se resiste a la clasificación dentro de otras categorías más “prestigiosas”).
El peronismo ha sido siempre un movimiento político multifacético, al punto de que diversos investigadores han querido, con bastante razón, identificar 3 o 4 “peronismos” diferentes. Pero, más allá de estas clasificaciones, uno puede señalar algunas particularidades que son interesantes para este análisis.
El primer peronismo, el peronismo de Perón y de Eva, era una fuerza política democratizadora, que incorporó masivamente a la realidad nacional a dos sectores que se hallaban total o parcialmente excluidos : las mujeres y los trabajadores. Y más allá de ciertas peculiaridades del modelo político peronista, a veces un poco desprolijo y autoritario, se puede afirmar con bastante certeza que ese modelo no se escapaba de los límites de una democracia liberal-burguesa, ya que no cuestionaba a ese sistema de una forma tan radical como lo hiciera, por ejemplo, desde un extremo del arco ideológico la “dictadura del proletariado” marxista-leninista, o desde el opuesto, el fascismo.
Desde la perspectiva del modelo económico, el peronismo sostiene la idea de un Estado muy activo, muy presente, pero todo dentro del marco keynesiano que era, por otra parte, muy común en las democracias burguesas de la época. Y finalmente construye un Estado con características similares a lo que luego se llamó “Estado del Bienestar” en las democracias burguesas europeas.
En el aspecto social, si bien se le da participación a sectores hasta entonces postergados, tampoco parecería a primera vista que las modificaciones fuesen tan trascendentales, tan “revolucionarias”..
En una mirada superficial, nada tan excepcional como para generar las reacciones que provocó. Ninguna modificación, en sentido marxista, de las relaciones de producción. Apenas un reformismo que reposicionó a algunos sectores sociales que habían quedado muy postergados…
¿Entonces por qué el peronismo de los cincuenta generó tanta y tan violenta oposición? … ¿Qué llevó a los sectores “gorilas” a bombardear Plaza de Mayo, fusilar civiles y militares, prohibir la mención de ciertos nombres y conceptos, y robarse un cadáver?...
Obviamente estas furiosas reacciones hacen pensar en que se perseguía a una fuerza que representaba una amenaza intolerable, que ponía en riesgo la existencia misma del sistema en el que esa oposición creía.
Y es que de alguna manera, desde la perspectiva de estos sectores, era así.
El primer peronismo, si bien no fue anticapitalista en un sentido pleno, intentó construir un nuevo sistema político y socio-económico. No sólo se democratizó el poder político, no sólo se hicieron realidad los derechos sociales, no sólo se disminuyó la brecha entre ricos y pobres, sino que se emprendió un plan de reformas muy profundas, que amenazaba de muerte al sistema precedente.
Pensemos en algunos de esos cambios : frente a un sistema agroexportador se opta por una economía industrial ; frente a una República aristocrática, se construye una democracia con un alto grado de poder popular ; frente a una tradición de “relaciones carnales” con el poder imperial de turno, se habla de la tercera posición y se resiste el poder norteamericano ; frente a un Estado liberal, se erige uno keynesiano ; frente al predominio cultural de todo lo europeo, se reivindica lo nacional, el folklore ; frente a un país hecho por y para los terratenientes, se desvía una parte importante de la renta diferencial agraria hacia fines no agrícolas ; frente a un mundo alineado, se rechaza el ingreso al FMI y a la lógica de los bloques ; frente a un país que quería parecer europeo, se alza el poder de los “cabecitas negras”, de ese “aluvión zoológico” que había aparecido del “subsuelo de la patria”.
Y frente a la Constitución liberal de 1853 se alza la nueva constitución peronista de 1949.
Estos cambios representan un “reformismo”, es verdad ; no modifican ni el sistema capitalista ni la democracia liberal. Pero estos cambios atacan con mucha decisión aspectos nodales de un sistema político, social y económico que siente, con toda razón, que su existencia está amenazada, que si triunfa esta nueva fuerza política ya nada será como era antes. Y estos sectores, tanto los todopoderosos sectores rurales como otros grupos que tenían respecto a ellos vínculos satelitales (la clase media por ejemplo), reaccionan en consecuencia, con decisión , con intolerancia, con fanatismo, con violencia. Se muestran dispuestos a todo para parar a Perón y sus partidarios. Esto une extrañamente a conservadores, radicales, liberales, socialistas y comunistas. A estancieros y clase media.
La elección de 1946 fue mucho más que una elección : fue el enfrentamiento entre dos sistemas políticos distintos, cada uno con sus reglas. Así nació la Unión Democrática, un extraño rejunte de toda la oposición al estilo del moderno “Grupo A”.
Por supuesto que el peronismo también tuvo siempre grandes diversidades internas, tanto en lo social como en lo ideológico. Y este peronismo de los orígenes tenía en su interior desde sectores que miraban con simpatía al fascismo hasta otros que estaban muy cerca de un pensamiento marxista. Desde empresarios hasta obreros.
Y con el correr del tiempo fueron distintos los sectores que predominaron en el “Movimiento”. Desde la Resistencia y el Perón del exilio, con un discurso tercermundista y revolucionario muy de izquierda, hasta el último Perón peleado con la izquierda del partido, con esa juventud revolucionaria, muchas fueron las transformaciones. De Eva a Menem –que para muchos excedió los límites ideológicos del peronismo-, de Cooke a López Rega, el peronismo ha mostrado siempre amplia diversidad, lo que muchas veces lo ha llevado a fuertes enfrentamientos internos, especialmente virulentos en los ’70.
Tras la década menemista de “peronismo liberal” (una auténtica contradicción en los términos : el peronismo surgió como sistema alternativo al liberalismo), la chispa reformista del peronismo, su carácter muchas veces corrosivo para las estructuras de poder, parecía sepultado. El peronismo parecía haberse transformado en una fuerza de centro-derecha que recurría a algunas prácticas populistas.
Sin embargo, el peronismo como “hecho maldito del país burgués” terminó renaciendo en el siglo XXI, cuando nadie lo esperaba, de la mano de Néstor y Cristina Kirchner.
Y es curioso ver como existe un claro paralelismo entre ese primer peronismo de los cuarenta y cincuenta y este kirchnerismo del siglo XXI.
El kirchnerismo ha logrado, sin amenazar en ningún momento ni el capitalismo como sistema socio-económico ni la democracia burguesa como sistema político, generar reacciones “contrarrevolucinarias”.
No es casualidad que otra vez sea el peronismo, ahora en versión K, quien amenace la existencia misma de ciertos nodos estructurales de un sistema político y socio-económico, y genere por lo tanto concretas reacciones histéricas de sus defensores.
La lista de medidas “desestabilizantes” del sistema es larga, y no vamos a darla en su totalidad, pero se trata de aquellas decisiones que más polémica le generaron al kirchnerismo : la política de derechos humanos, la negativa a reprimir protestas, el desvío de parte de la renta diferencial agraria vía retenciones, la estatización de las AFJP, la ley de medios, el rechazo al ALCA, la creación de UNASUR y las iniciativas por un “Banco del Sur”, los intentos de cambiar el sistema financiero, el control del precio de los combustibles- los más baratos de la región -, el pretender tomarse en serio el artículo 14 bis de la Constitución Nacional en lo referente a participación de los obreros en las ganancias de las empresas, el concreto desendeudamiento y la desvinculación del FMI que conlleva, la construcción de un estado neokeynesiano regulador e intervencionista, que se niega a “enfriar” la economía (es decir, a hacer un ajuste), el cuestionamiento a la autonomía del Banco Central, la reinstalación de paritarias, la ampliación de derechos civiles a grupos minoritarios discriminados, son algunas de las medidas que han provocado reacciones histéricas comparables a las que enfrentaron Juan Domingo Perón y Eva Duarte de Perón hace cincuenta años.
La cúspide de ese fenómeno fueron los meses de la revuelta agromediática, pero pueden verse todos los días coletazos en las tapas de ciertos prestigiosos diarios y en las palabras de algunos veteranos comunicadores. Así como en las expresiones de ciudadanos comunes de algunos barrios coquetos de la Capital Federal, y de otras zonas del país donde habitan sectores sociales análogos a ellos.
Estas medidas que enumeramos no son menores, ni han sido elegidas por el partido gobernante de manera aleatoria, o confiando solamente en su impacto en la opinión pública. Son medidas que atacan decididamente a ciertos baluartes, ciertas fortalezas, del modelo de Estado y sociedad construidos a partir de 1976 por los neoliberales. Afectar esas columnas pone en riesgo todo el edificio neoliberal. Y por eso se producen las reacciones , en apariencia desmesuradas, protagonizadas por aquellos sectores que se sienten identificados con ese modelo que genera una creciente desigualdad social y el predominio de las actividades financieras por sobre las productivas.
Las medidas del kirchnerismo tienden a restaurar el Estado de Bienestar tal como estaba en 1976, e incluso tienden puentes hacia aquellos objetivos que el golpe de 1955 impidió concretar. Pero no es simplemente un intento de volver a un pasado que parece (y era) más feliz –al menos en estos aspectos, porque había también una violencia política de la que hoy afortunadamente carecemos-. Se trata de adecuar aquellas ideas y modelos estatales a una realidad del siglo XXI en la cual el modelo opuesto, el neoliberal, a mostrado a las claras sus falencias, no sólo en Argentina sino en todo el mundo. Y se trata también de revivir aquellas preocupaciones por una mayor equidad social que fueron típicas del primer peronismo, y que han aparecido también en la mayoría de las fuerzas llamadas esquemáticamente “populistas” en diversas partes de América Latina.
El kirchnerismo, como el primer peronismo, es un movimiento democratizador. Pero la democracia no puede ser un concepto sólo político. La auténtica democracia es aquella en la cual, además de lograr una plena igualdad política, se procura que dicha igualdad de todas las personas se extienda, en la medida de lo posible, a una creciente equidad social y económica.
El Estado neoliberal emprendió durante casi treinta años políticas muy concretas tendientes a lograr una concentración creciente de la riqueza en pocas manos, aún a costa de sumergir a sectores cada vez más amplios de la población en la marginalidad más absoluta.
Para corregir dichas políticas, para dar marcha atrás con ellas, el nuevo Estado neokeynesiano inclusivo debe emprender políticas igualmente activas que permitan acortar dichas diferencias.
Con sus virtudes y defectos, con sus éxitos y fracasos, el kirchnerismo ha emprendido, desde un principio, ese camino.
Por el contrario, las fuerzas políticas opositoras –partidarias, mediáticas y corporativas- pasan por un grave crisis ya que están , en su inmensa mayoría, ancladas en las problemáticas y discursos neoliberales del siglo XX y, en algunos casos puntuales, particularmente patéticos (la SRA es arquetípica al respecto), no han logrado salir del siglo XIX.
Adrián Corbella, 3 de septiembre de 2011.
adriancorbella.blogspot.com
Los procesos políticos “populistas” sudamericanos, del hoy y del ayer, han mostrado una tendencia bastante concreta a generar reformismos que despiertan en los sectores dominantes, y muchas veces incluso en sectores sociales secundarios a la estructura central de poder (como las clases medias, que no son fuertemente afectadas por esos cambios), reacciones profunda y violentamente “contrarrevolucionarias”. Y cabría preguntarse si estas reacciones están generadas por una desmesura de esos sectores, o si son “lógicas” y tienen causas concretas y definidas.
¿ Representan los populismos latinoamericanos sólo fuerzas reformistas que no amenazan los fundamentos del statu quo o son, por el contrario, movimientos cuasi revolucionarios que generan reacciones desesperadas de dominadores que ven llegar el fin de “su” mundo?...
Quizás el mejor lugar donde buscar una respuesta sea en la Argentina del peronismo y su versión siglo XXI, el kirchnerismo, ya que el peronismo, por su continuidad, diversidad, profundidad de su influencia y capacidad de transformación es seguramente el más rico y complejo de estos movimientos políticos a los que muchos politólogos tildan de “populistas” (categoría que muchas veces pasa a ser una gran bolsa conceptual donde se “guarda” aquello que se resiste a la clasificación dentro de otras categorías más “prestigiosas”).
El peronismo ha sido siempre un movimiento político multifacético, al punto de que diversos investigadores han querido, con bastante razón, identificar 3 o 4 “peronismos” diferentes. Pero, más allá de estas clasificaciones, uno puede señalar algunas particularidades que son interesantes para este análisis.
El primer peronismo, el peronismo de Perón y de Eva, era una fuerza política democratizadora, que incorporó masivamente a la realidad nacional a dos sectores que se hallaban total o parcialmente excluidos : las mujeres y los trabajadores. Y más allá de ciertas peculiaridades del modelo político peronista, a veces un poco desprolijo y autoritario, se puede afirmar con bastante certeza que ese modelo no se escapaba de los límites de una democracia liberal-burguesa, ya que no cuestionaba a ese sistema de una forma tan radical como lo hiciera, por ejemplo, desde un extremo del arco ideológico la “dictadura del proletariado” marxista-leninista, o desde el opuesto, el fascismo.
Desde la perspectiva del modelo económico, el peronismo sostiene la idea de un Estado muy activo, muy presente, pero todo dentro del marco keynesiano que era, por otra parte, muy común en las democracias burguesas de la época. Y finalmente construye un Estado con características similares a lo que luego se llamó “Estado del Bienestar” en las democracias burguesas europeas.
En el aspecto social, si bien se le da participación a sectores hasta entonces postergados, tampoco parecería a primera vista que las modificaciones fuesen tan trascendentales, tan “revolucionarias”..
En una mirada superficial, nada tan excepcional como para generar las reacciones que provocó. Ninguna modificación, en sentido marxista, de las relaciones de producción. Apenas un reformismo que reposicionó a algunos sectores sociales que habían quedado muy postergados…
¿Entonces por qué el peronismo de los cincuenta generó tanta y tan violenta oposición? … ¿Qué llevó a los sectores “gorilas” a bombardear Plaza de Mayo, fusilar civiles y militares, prohibir la mención de ciertos nombres y conceptos, y robarse un cadáver?...
Obviamente estas furiosas reacciones hacen pensar en que se perseguía a una fuerza que representaba una amenaza intolerable, que ponía en riesgo la existencia misma del sistema en el que esa oposición creía.
Y es que de alguna manera, desde la perspectiva de estos sectores, era así.
El primer peronismo, si bien no fue anticapitalista en un sentido pleno, intentó construir un nuevo sistema político y socio-económico. No sólo se democratizó el poder político, no sólo se hicieron realidad los derechos sociales, no sólo se disminuyó la brecha entre ricos y pobres, sino que se emprendió un plan de reformas muy profundas, que amenazaba de muerte al sistema precedente.
Pensemos en algunos de esos cambios : frente a un sistema agroexportador se opta por una economía industrial ; frente a una República aristocrática, se construye una democracia con un alto grado de poder popular ; frente a una tradición de “relaciones carnales” con el poder imperial de turno, se habla de la tercera posición y se resiste el poder norteamericano ; frente a un Estado liberal, se erige uno keynesiano ; frente al predominio cultural de todo lo europeo, se reivindica lo nacional, el folklore ; frente a un país hecho por y para los terratenientes, se desvía una parte importante de la renta diferencial agraria hacia fines no agrícolas ; frente a un mundo alineado, se rechaza el ingreso al FMI y a la lógica de los bloques ; frente a un país que quería parecer europeo, se alza el poder de los “cabecitas negras”, de ese “aluvión zoológico” que había aparecido del “subsuelo de la patria”.
Y frente a la Constitución liberal de 1853 se alza la nueva constitución peronista de 1949.
Estos cambios representan un “reformismo”, es verdad ; no modifican ni el sistema capitalista ni la democracia liberal. Pero estos cambios atacan con mucha decisión aspectos nodales de un sistema político, social y económico que siente, con toda razón, que su existencia está amenazada, que si triunfa esta nueva fuerza política ya nada será como era antes. Y estos sectores, tanto los todopoderosos sectores rurales como otros grupos que tenían respecto a ellos vínculos satelitales (la clase media por ejemplo), reaccionan en consecuencia, con decisión , con intolerancia, con fanatismo, con violencia. Se muestran dispuestos a todo para parar a Perón y sus partidarios. Esto une extrañamente a conservadores, radicales, liberales, socialistas y comunistas. A estancieros y clase media.
La elección de 1946 fue mucho más que una elección : fue el enfrentamiento entre dos sistemas políticos distintos, cada uno con sus reglas. Así nació la Unión Democrática, un extraño rejunte de toda la oposición al estilo del moderno “Grupo A”.
Por supuesto que el peronismo también tuvo siempre grandes diversidades internas, tanto en lo social como en lo ideológico. Y este peronismo de los orígenes tenía en su interior desde sectores que miraban con simpatía al fascismo hasta otros que estaban muy cerca de un pensamiento marxista. Desde empresarios hasta obreros.
Y con el correr del tiempo fueron distintos los sectores que predominaron en el “Movimiento”. Desde la Resistencia y el Perón del exilio, con un discurso tercermundista y revolucionario muy de izquierda, hasta el último Perón peleado con la izquierda del partido, con esa juventud revolucionaria, muchas fueron las transformaciones. De Eva a Menem –que para muchos excedió los límites ideológicos del peronismo-, de Cooke a López Rega, el peronismo ha mostrado siempre amplia diversidad, lo que muchas veces lo ha llevado a fuertes enfrentamientos internos, especialmente virulentos en los ’70.
Tras la década menemista de “peronismo liberal” (una auténtica contradicción en los términos : el peronismo surgió como sistema alternativo al liberalismo), la chispa reformista del peronismo, su carácter muchas veces corrosivo para las estructuras de poder, parecía sepultado. El peronismo parecía haberse transformado en una fuerza de centro-derecha que recurría a algunas prácticas populistas.
Sin embargo, el peronismo como “hecho maldito del país burgués” terminó renaciendo en el siglo XXI, cuando nadie lo esperaba, de la mano de Néstor y Cristina Kirchner.
Y es curioso ver como existe un claro paralelismo entre ese primer peronismo de los cuarenta y cincuenta y este kirchnerismo del siglo XXI.
El kirchnerismo ha logrado, sin amenazar en ningún momento ni el capitalismo como sistema socio-económico ni la democracia burguesa como sistema político, generar reacciones “contrarrevolucinarias”.
No es casualidad que otra vez sea el peronismo, ahora en versión K, quien amenace la existencia misma de ciertos nodos estructurales de un sistema político y socio-económico, y genere por lo tanto concretas reacciones histéricas de sus defensores.
La lista de medidas “desestabilizantes” del sistema es larga, y no vamos a darla en su totalidad, pero se trata de aquellas decisiones que más polémica le generaron al kirchnerismo : la política de derechos humanos, la negativa a reprimir protestas, el desvío de parte de la renta diferencial agraria vía retenciones, la estatización de las AFJP, la ley de medios, el rechazo al ALCA, la creación de UNASUR y las iniciativas por un “Banco del Sur”, los intentos de cambiar el sistema financiero, el control del precio de los combustibles- los más baratos de la región -, el pretender tomarse en serio el artículo 14 bis de la Constitución Nacional en lo referente a participación de los obreros en las ganancias de las empresas, el concreto desendeudamiento y la desvinculación del FMI que conlleva, la construcción de un estado neokeynesiano regulador e intervencionista, que se niega a “enfriar” la economía (es decir, a hacer un ajuste), el cuestionamiento a la autonomía del Banco Central, la reinstalación de paritarias, la ampliación de derechos civiles a grupos minoritarios discriminados, son algunas de las medidas que han provocado reacciones histéricas comparables a las que enfrentaron Juan Domingo Perón y Eva Duarte de Perón hace cincuenta años.
La cúspide de ese fenómeno fueron los meses de la revuelta agromediática, pero pueden verse todos los días coletazos en las tapas de ciertos prestigiosos diarios y en las palabras de algunos veteranos comunicadores. Así como en las expresiones de ciudadanos comunes de algunos barrios coquetos de la Capital Federal, y de otras zonas del país donde habitan sectores sociales análogos a ellos.
Estas medidas que enumeramos no son menores, ni han sido elegidas por el partido gobernante de manera aleatoria, o confiando solamente en su impacto en la opinión pública. Son medidas que atacan decididamente a ciertos baluartes, ciertas fortalezas, del modelo de Estado y sociedad construidos a partir de 1976 por los neoliberales. Afectar esas columnas pone en riesgo todo el edificio neoliberal. Y por eso se producen las reacciones , en apariencia desmesuradas, protagonizadas por aquellos sectores que se sienten identificados con ese modelo que genera una creciente desigualdad social y el predominio de las actividades financieras por sobre las productivas.
Las medidas del kirchnerismo tienden a restaurar el Estado de Bienestar tal como estaba en 1976, e incluso tienden puentes hacia aquellos objetivos que el golpe de 1955 impidió concretar. Pero no es simplemente un intento de volver a un pasado que parece (y era) más feliz –al menos en estos aspectos, porque había también una violencia política de la que hoy afortunadamente carecemos-. Se trata de adecuar aquellas ideas y modelos estatales a una realidad del siglo XXI en la cual el modelo opuesto, el neoliberal, a mostrado a las claras sus falencias, no sólo en Argentina sino en todo el mundo. Y se trata también de revivir aquellas preocupaciones por una mayor equidad social que fueron típicas del primer peronismo, y que han aparecido también en la mayoría de las fuerzas llamadas esquemáticamente “populistas” en diversas partes de América Latina.
El kirchnerismo, como el primer peronismo, es un movimiento democratizador. Pero la democracia no puede ser un concepto sólo político. La auténtica democracia es aquella en la cual, además de lograr una plena igualdad política, se procura que dicha igualdad de todas las personas se extienda, en la medida de lo posible, a una creciente equidad social y económica.
El Estado neoliberal emprendió durante casi treinta años políticas muy concretas tendientes a lograr una concentración creciente de la riqueza en pocas manos, aún a costa de sumergir a sectores cada vez más amplios de la población en la marginalidad más absoluta.
Para corregir dichas políticas, para dar marcha atrás con ellas, el nuevo Estado neokeynesiano inclusivo debe emprender políticas igualmente activas que permitan acortar dichas diferencias.
Con sus virtudes y defectos, con sus éxitos y fracasos, el kirchnerismo ha emprendido, desde un principio, ese camino.
Por el contrario, las fuerzas políticas opositoras –partidarias, mediáticas y corporativas- pasan por un grave crisis ya que están , en su inmensa mayoría, ancladas en las problemáticas y discursos neoliberales del siglo XX y, en algunos casos puntuales, particularmente patéticos (la SRA es arquetípica al respecto), no han logrado salir del siglo XIX.
Adrián Corbella, 3 de septiembre de 2011.
adriancorbella.blogspot.com
es tan bueno este análisis que lo vuelvo a subir!
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