Páginas

martes, 16 de agosto de 2011

EL SENTIDO PROFUNDO DEL VOTO POPULAR, por Gabriel Fernández (para "La Señal Medios")




Un texto para analizar serenamente



Por Gabriel Fernández *



DEMOCRACIA. Qué problema este del pueblo votando. Después de mucho tantear, parece afirmarse en una dirección definida. De eso se trataba: al obtener el proyecto nacional y popular un 50 por ciento de los sufragios tras ocho años de pensamiento y acción, deja en evidencia el sentido profundo de los golpes de Estado a los que ha sido sometido este país.
La idea básica oligárquica es que nuestra gente no sabe escoger. De vez en cuando, algún dirigente asimilado a sus intereses canaliza esa voluntad, ese saber emocional, y merece la aceptación de los poderes. Pero la continuidad de los procesos electorales permite la reversión, la corrección, el rumbeo de un conglomerado humano empecinado.
¿Cuál es la concepción? Lo hemos señalado hace años, ante el desprecio de sociólogos y politólogos: el pueblo argentino suele acertar porque vota populismo. Más precisamente, populismo de centroizquierda. La fórmula que le ha permitido crecer en varios períodos, el programa que le ha brindado la posibilidad de combinar soberanía y justicia social.
Incomprensible o peor, injustificable para quienes dividen el planeta en progresismo y reacción, en democracia y dictadura, en liberales y fascistas. A decir verdad, inexplicable, porque esa es la opción desplegada con intenciones progresivas, en acciones democráticas y con plena libertad.
Hoy los vemos, los oímos, con muchos medios pero sin ejército detrás: exigen medidas reaccionarias, de corte dictatorial y con sustrato social racista. Se arrogan el derecho de cuestionar la elección masiva con argumentos que contrastan con la realidad explícita que da cuenta de dónde se encuentran los valores estimados positivos.
Podríamos decirlo así: cada vez que hacemos un país, vienen ellos y lo rompen.
CAMINOS. En este período no han podido. No porque hayan dejado de intentarlo, sino porque en los ámbitos nacional e internacional su poderío ha decrecido. Cuando observamos la crisis norteña y la profundización del Unasur suponemos que ésta es La Hora de los Pueblos. Aunque dadas las experiencias conocidas, descuidarse puede resultar letal.
El contenido del voto popular oscila entre dos grandes vertientes imbricadas: una faja enorme de la población anhela profundizar el camino, acentuar sus virtudes, reparar sus defectos; y otra parte, grande también, pretende conservar el rumbo sin que nada cambie, para que las reglas del juego económico no vuelvan a deteriorarse.
No está nada mal esa “intención de voto” genuina. Es claro que darle demasiada bolilla a la segunda franja, puede derivar en una meseta fría, que perjudique el clima de progreso que campea en el país. Acelerar módicamente, evitando choques, usando cinturón y pispeando el espejo retrovisor, resultaría una perspectiva razonable para el ciclo que se avecina.
Lograr ese equilibrio nacional popular progresivo parece el desafío. Resulta más sencillo plantearlo que hacerlo, y es evidente que para la cúspide de nuestro Poder Ejecutivo nada es fácil entre tantas tensiones. Pero al menos nos lo podemos proponer, con la sinceridad cruda que caracteriza la vida política popular argentina.
¿A qué viene este último párrafo? Sin ofender –ya veremos la importancia que asignamos a los vecinos- solo la Argentina tiene una idea que refleja lo que se viene construyendo. Nuestros queridos amigos venezolanos, por ejemplo, mientras realizan un proceso patriótico, democrático, mixto, siguen hablando de izquierda y derecha, de socialismo y capitalismo sin más ni más.
La Revolución en nuestro país se ha desarrollado a través del tercerismo, con una justicia social potente que no implicó la erradicación de las formas privadas de producción. Tal rumbo persiste hasta hoy, y quien crea que eso no merece ser considerado Revolución, está esperando un avance verbal, un prisma que distorsione senderos, aunque también objetivos.
SENTIDO. Pues ¿qué ha hecho este gobierno –Néstor primero, Cristina después- para merecer un apoyo tan inmenso de un pueblo que combina pasión con escepticismo en dosis equivalentes? Veamos. Caminemos juntos por el bosque de la interpretación en base a hechos, mirando árboles cercanos sin dejar de sabernos dentro de un ecosistema mayor.
De entradita nomás, la Argentina nacional y popular empezó a construir la Unidad de Naciones Suramericanas. Ni nombre tenía. Pero se apostó enseguida y se ganó en profundidad. Hoy, los vaivenes financieros internacionales en lugar de arrastrar estas costas, son aprovechados para su potenciación.
Al estar juntos en el Sur, el volumen económico permite inferir un futuro trascendente: es probable que sea más rentable liberarse, crecer, producir, que someterse, primarizarse, endeudarse. Esto que también suena adecuado, no lo parecía pocos años atrás. Ser alcahuete del rico fue la consigna, defendida a capa y espada por vivos y pavos.
También: se disciplinó a las Fuerzas Armadas. Se las restringió en tanto ejércitos al servicio de un puñado de empresas y se desmontó aquél esquema de sostenerlas con los dineros locales para que operen en beneficio de imperios lejanos. A esta acción genial se la ha considerado “destrucción” cuando en verdad implica devolver la dignidad de ser junto al pueblo.
Y más: se descongeló el salario del trabajador argentino. Las paritarias favorecieron la recuperación del poder adquisitivo, lo cual implica bienestar, comercio, producción, crecimiento del Producto Bruto Interno. Donde ellas no llegaron se dispuso: aumentos frecuentes para jubilados y asignación universal por hijo.
Y aunque hubo mucho mucho más (juicios a represores, nueva Corte Suprema, AFJP, Aerolíneas Argentinas, derechos cívicos, Ley de Medios, Fútbol para Todos, impuestos para el campo, y otros asuntos) con esas tres acciones persistentes, el gobierno nacional y popular se ha ganado un merecido lugar en el corazón del pueblo argentino.
SABER. No es cierto que los votantes que escogieron la candidatura de Cristina desconozcan tales logros. Las gentes no suelen traducir sus opciones en discursos detallados. A veces indican “estamos mejor”, en otras se plantan con “a ella me la banco” y más de una vez señalan “hay más cosas buenas que malas”. Con eso basta. Ahí está el contenido del voto.
Este país construye un futuro mientras retoma su mejor historia. En política no hay situaciones perfectas ni andamiajes sin corrosión. El ser humano, en verdad, no es integralmente maravilloso o plenamente monstruoso; al menos mayoritariamente. ¿Porqué habría de elaborar proyectos que no contuvieran sus mismas contradicciones?
El movimiento nacional que se apresta a dar batalla para seguir al frente del Estado en el mes de octubre condensa, hondamente, los intereses y las culturas de un sector mayoritario del pueblo argentino. Nos habíamos acostumbrado a gobiernos que sintetizaban esos factores, pero de un espacio reducido y ligado a las necesidades externas.
El gran trazo del período que vivimos está de nuestro lado. Es posible que estemos transitando el surgimiento de la Confederación de Naciones del Sur. Y ya nada será igual. Porque habremos establecido un piso alto, del cual es difícil descender. Y aunque muchos renieguen, y no admitan que abajo hay saber, se lo debemos a los ñatos que andan dando vueltas por ahí.
A los que protagonizaron el 2001, y a los que pocas horas atrás, votaron a Cristina Fernández de Kirchner. A los que hicieron de tripas, corazón.



No hay comentarios:

Publicar un comentario