Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 15 de Agosto de 2011
Nota editorial por Roberto Caballero
Director.
Va a ser difícil para el kirchnerismo sustraerse a la tentación de creer que la debacle opositora es un Waterloo, definitivo e irremontable. Difícil, porque no estaba mensurado, ni siquiera en sus cálculos más optimistas este resultado demoledor. Se sabe: el triunfalismo no es buen consejero; y la interpretación de este voto merece, como mínimo, una lectura meditada y no vanidosa, para llegar a octubre con un aval similar. No se trata de ignorar que esta fue una verdadera paliza para las visiones que hablaban de fin de ciclo y agotamiento, como había presupuestado Joaquín Morales Solá, demostrando una vez más que lo suyo es la censura de Clemente por mandato de Videla y no el análisis político serio, en una nueva Argentina que no entiende ni tolera. Lejos de minimizar un dato de hierro de los resultados del domingo: el gran perdedor de esta elección no fue Alfonsín, Duhalde o Binner, sino Héctor Magnetto y el Grupo Clarín, que pese a usar toda su artillería para hostigar a Cristina Kirchner y a los símbolos K, sobre todo en los últimos tres meses, no consiguió transferir su “estado de emoción violenta” al conjunto social. La gente le votó en contra a los zócalos de TN y Cristina se erigió así en la primera jefa de Estado de la democracia en salir airosa de las cientos de tapas adversas, cuando no extorsivas, del diario más leído del país. Vaya mérito el suyo, y también de la política nacional. Es un caso inédito.
Viendo los resultados, por supuesto que el kirchnerismo tiene derecho a festejar. Tratado como si fuera una secta satánica que sólo busca poder y dinero, inhabilitado para la gestión por los predicadores del establishment, una sorprendente mayoría social decidió darle un voto de confianza, después de ocho años de intenso gobierno. Hay algo que Cristina entiende mucho mejor que sus opositores. Después de ver ayer a Duhalde, con su prédica de tintes fascistas, hablando de subversivos y banderas foráneas; a Alfonsín (h), negando lo innegable, después de haber sumido a una fuerza política centenaria como la UCR en el testimonialismo hueco en alianza con “Alika Alikate” De Narváez; y a Binner (sin duda el más discreto, con cierto reflejo intacto para hacer lo que hay que hacer cuando se pierde: felicitar al ganador), refugiado en una semántica parroquial de épica deslucida para no admitir que perdió, incluso, en su propia Santa Fe; lo primero que hay que decir es que todo el arco opositor está, de mínima, realmente desconcertado con la elección y la preferencia ciudadana. Nada de lo que pronosticaban se cumplió: no había tanto voto antikirchnerista como preveían, ni castigo en puerta. Leen Clarín, y eso es perderse la mitad de cualquier escenario. El voto de la sociedad es mucho más complejo del que suponían. Aun en aquellas provincias donde la performance K fue descolorida en el último mes (Capital Federal, Córdoba y la ya citada Santa Fe), Cristina resultó victoriosa. Está claro que gente que votó a Macri esta vez eligió al FPV, y lo mismo sucedió con algunos votantes de Del Sel y De la Sota. Es el famoso “voto cruzado” del que hablaban los encuestadores. Un sufragio muchas veces de ideología líquida, imprevisible, que privilegió ahora el triunfo de los oficialismos, sin importarle que expresaran perfiles distintos y hasta antagónicos. Un verdadero mandato de gestión, en el orden vecinal, provincial y nacional, que fue interpretado por la oposición como las horas finales de un modelo que, sin embargo, está más vivo que nunca dentro de un contexto –la crisis mundial– insuficientemente valorado por sus candidatos.
Seguramente, esta semana se gastará tinta y saliva en cantidades industriales para explicar por qué la presidenta ganó las primarias. Los más entusiastas dirán una cosa cierta: Cristina es una estadista de verdad lidiando contra políticos apenas ambiciosos, a los que todo parece quedarles grande, muy grande. La diferencia de más de 35 puntos entre el primero y el segundo excede cualquier sobreabundancia opinativa. Pero no por cierta, esta explicación es absoluta: así como una parte del voto que recibió se justifica en la adhesión sin fisuras a su propuesta política y a sus logros de soberanía e inclusión social, otra parte la votó valorándola como piloto de tormentas en un momento donde el mundo cruje por los cuatro costados. Es una mezcla entre la fascinación progresista de indudable cuño ideológico y la más terrenal necesidad de preservar las reglas de juego, de cariz más conservador. Una conducción política, cuando es de verdad, logra contener ambas expectativas dentro de un mismo proyecto: este es el mayor logro de Cristina tras la muerte de Néstor Kirchner.
Por último, es evidente que las primarias son el germen de una reforma institucional que recién comienza, donde la política pasa a ser lenta, pero que es inexorablemente el combustible de una democracia más democrática, de alta densidad social, y donde ni los aparatos corleónicos, ni los poderes económicos, deciden por encima de la voluntad popular. Que Jorge Altamira haya tenido los mismos segundos de TV que Francisco de Narváez, permitiéndole superar el piso de cara a las elecciones de octubre, revela que lejos de tener un fin proscriptivo, tanto la nueva Ley Electoral como la nueva Ley de Medios habilitan discursos que antes quedaban sepultados por la oferta conservadora. Haría bien Altamira, alguna vez, en reconocer que el kirchnerismo, aun con sus claroscuros, es mejor que el menemismo, como para abandonar cierta ceguera maximalista que lo puede llevar a creer que fue Jorge Rial y no una mejor calidad democrática la que permitió la hazaña del FIT.
En la foto electoral de ayer, Cristina representa casi la mitad más uno de este país. Pero ayer no es octubre. Mal haría el kirchnerismo en reposar sobre los laureles más de lo debido. Para usar una metáfora cinematográfica, se trata de la cola y no de la película completa.
Entre el conservador “nunca menos” y la exigencia del “siempre más”, Cristina tiene la llave de un futuro mejor. No está sola. Se lo dijo la sociedad en las urnas. Fue como una caricia al corazón después de tanta pérdida.
Pero también un llamado a no bajar los brazos, ahora que la Argentina parece haber hallado un rumbo que seduce a las mayorías populares como no lo hizo en las últimas tres décadas.
Publicado en :
http://tiempo.elargentino.com/notas/logro-es-de-cristina
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