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sábado, 9 de julio de 2011

LAS MISMAS DUDAS, LOS MISMOS CONFLICTOS, por Adrián Corbella (para "Mirando hacia adentro")


Arriba : José de San Martín, Bernardino Rivadavia, Carlos María de Alvear y Manuel Belgrano.

1816 - 9 de Julio - 2011




El 9 de julio de 1816 los representantes de las Provincias Unidas del Río de la Plata se reunieron en Tucumán y declararon, después de más de seis años de dilaciones, la independencia de estas provincias.
La decisión se había demorado mucho, demasiado.
Fernando VII ya gobernaba en Madrid desde hacía meses, y aquí ni lo obedecíamos ni nos separábamos oficialmente de su reino.
En 1816, la revolución hispanoamericana estaba en retroceso en Venezuela, en Colombia, en Chile, un poco en todos lados.
Aquí, en el Río de la Plata, la declaración resultaba tardía. Las divisiones eran profundas, y de hecho las provincias del Litoral, ganadas por las ideas democráticas y republicanas de los federales, no enviaron representantes.
Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, la Banda Oriental y Córdoba habían participado en junio de 1815, en la actual ciudad entrerriana de Concepción de Uruguay, del llamado “Congreso de los Pueblos Libres”, por iniciativa de Artigas ; allí se había proclamado la independencia de esas provincias respecto a España y sus reyes.
Un año después, en Tucumán, y sin representantes del Litoral (pero sí de Córdoba), las discusiones fueron mayúsculas.
Algunos, como Belgrano y San Martín, plantearon la necesidad de americanizar el proceso rioplatense impulsando una monarquía con un soberano de sangre indígena, como una forma de comprometer en el proceso independentista a las grandes masas de origen claramente americano, originario, del Alto Perú y de muchas zonas de la actual Argentina.
De hecho, en Tucumán, había representantes de algunas provincias del “Alto Perú” (lo que hoy llamamos Bolivia), entre ellos José Mariano Serrano, quien luego fuera presidente interino de Bolivia en dos oportunidades.
Finalmente, el proyecto monárquico neo-inca se rechazó , pero en la declaración de independencia del 9 de julio de 1816 se dejó clara constancia de que nos independizábamos “del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli.”. Mencionar a los sucesores del rey no fue casual : en muchas mentes todavía estaba presente la idea de coronar en el Río de la Plata a un príncipe de la Casa de Borbón, proyecto que para hombres como Belgrano y San Martín era inaceptable.
Evidentemente, detrás de estas disputas, estaban también las dos concepciones político-sociales que se enfrentaron en el siglo XIX : una liberal “aristocrática”, elitista, que conduciría a la postre a las estrategias represivas de la “Organización Nacional” y su corolario, el Régimen Oligárquico, y otra que quizás tenía una mayor diversidad ideológica, y a veces ciertas indefiniciones; esta estaba representada por hombres como Moreno, Artigas, San Martín , Belgrano o Dorrego, todos partidarios de la completa igualdad de todas las personas, independientemente de su riqueza, nivel educativo o del color de su piel. Estas ideas, actualizadas, renacerían en el siglo XX en grandes movimientos populares y democráticos, como el yrigoyenismo y el peronismo.
Los argentinos tenemos cierta tendencia a escribir la historia en círculos, a dar vueltas y volver siempre sobre nuestros pasos, retornando al lugar de partida. Eso se ve claramente en nuestra realidad actual, porque, bien mirado, este 9 de julio de 2011 no será tan distinto al de 1816. Seguimos discutiendo los mismos temas. Seguimos teniendo las mismas dudas.
Cuando disentimos acerca de nuestra alineación internacional, sigue habiendo quienes miran a nuestros compatriotas de América Latina. Pero tampoco nunca faltan los que ponen su norte en el Imperio de turno.
Cuando discutimos un modelo social y político siguen estando los que generan una estrategia inclusiva, integradora, igualadora, es decir, profundamente democrática. Y siguen existiendo también los que pretenden un país para pocos, un país que mire su ombligo y le dé la espalda a la Patria Grande latinoamericana con la que soñaron figuras como San Martín, Bolívar o Belgrano.
Quizás el gran drama de los argentinos sean nuestros eternos empates. Nuestra incapacidad para fijar un rumbo y sostenerlo durante la cantidad necesaria de años como para marcar diferencias, como para romper tendencias, como para dar vuelta algunas páginas y poder pensar en nuevos objetivos . Avanzamos unos años en una dirección, y luego desandamos el camino . Y de vuelta a empezar unos años después.
En 2011, como en 1816, estamos una vez más frente a grandes discusiones, frente a dos modelos de país.
La historia no siempre es lineal. A veces, frente a nosotros se encuentra el futuro. Pero, muchas veces, cuando no aprendemos de viejos errores, lo que nos espera no es otra cosa que una reedición del pasado
Posiblemente esta vez logremos avanzar en una dirección definida el tiempo suficiente como para resolver viejas antinomias, construir un nuevo paradigma, y pensar en nuevos desafíos.


Adrián Corbella, 6 de julio de 2011



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