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domingo, 27 de marzo de 2011

LA TENTACIÓN DE TROQUELAR LA HISTORIA, por Hernán Brienza (para "Tiempo Argentino" del 27-03-11)


Panorama político

Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 27 de Marzo de 2011 Por Hernán Brienza

Periodista, escritor, politólogo.


Imaginemos la Argentina con un destino propio y la posibilidad de restaurar y reinventar ese país quebrado en los años setenta y violado por el liberalismo conservador en términos económicos, políticos, militares, financieros, culturales y morales.

La Argentina viable, el país con destino propio, aquel que supo incluir y crecer, sufrió un paréntesis de exactamente 35 años.

Y el 25 de mayo de 2003 vino a suturar esa herida producida por el siniestro tarascón del proceso neoliberal iniciado el 24 de marzo de 1976.

Sugiere que en realidad el discurso de asunción de Néstor Kirchner retoma y clausura la historia desde aquel día en que Héctor Cámpora campeó los 18 años de exclusión y proscripción peronista, y llevó adelante el Pacto Social ideado por Juan Domingo Perón, y llevado a la práctica por José Ber Gelbard y el movimiento obrero organizado, liderado por la CGT.

No sé si es cierta la tesis, pero tiene una belleza poética difícil de soslayar.

Imaginemos la historia con un sentido, la Argentina con un destino propio y la posibilidad de restaurar y reinventar ese país quebrado en los ’70 y violado por el liberalismo conservador en términos económicos, políticos, militares, financieros, culturales y morales.

Imaginemos la posibilidad de que los argentinos pudiéramos reencontrarnos con un proyecto nacional abortado en 1955, que respiró a bocanadas con el frondizismo, con Arturo Illia, con el monumental y doloroso regreso de Juan Domingo Perón en el ’73-’74, con ciertos chispazos del primer Raúl Alfonsín. Y, claro, con el actual proceso iniciado en 2003, exactamente 30 años después de la mañana en que las multitudes coreaban: “Se van, se van, y nunca volverán” y “Chile, Cuba, el pueblo te saluda”.

Imaginemos que es posible troquelar nuestra historia y uno decidiera que lo que no pudo ser aquel 25 de mayo de 1973 fuera continuado y realizado tres décadas después.

No hablo, claro, de cualquier Argentina. Hablo de esa Argentina que se vislumbró en el yrigoyenismo, que se imaginó en FORJA y que comenzó a delinearse en aquella década feliz de 1945-1955. Me refiero a ese país con movilidad ascendente, inclusivo, democratizador, industrialista, con pleno empleo, con niveles de pobreza irrisorios para la actualidad, con obras sociales fuertes, con policlínicos sindicales, con colonias de veraneos para los trabajadores. Una patria con contradicciones, obviamente, con feroces pujas distributivas, con violencia y autoritarismo, pero en la que los líderes populares –no como ocurrió en los años 1987-2003– apostaban a legitimarse con políticas públicas dirigidas a los sectores populares, antes que con los grupos económicos.

Pienso en esa Argentina que se debatía entre los gobiernos elegidos con mayor o menor cantidad de votos –aun con el peronismo proscrito, lo que constituye la gran página negra del radicalismo y el socialismo, entre otros partidos políticos– y por otro, con el sector liberal conservador aliado con los militares de turno.


(Digresión: ¿Alguien se ha detenido a releer el Proyecto Nacional presentado por Perón el 1º de Mayo de 1974? Es un interesante ejercicio intelectual comparar ese trabajo con las políticas que llevó adelante el peronismo kirchnerista en los últimos ocho años. Es sorpresivo leer el actual proceso político bajo la clave del testamento político del líder del justicialismo. Porque derrumba muchos mitos y prejuicios respecto de la “peronicidad” del kirchnerismo. Si bien hay una diferenciación en la filosofía global del Proyecto –las distinciones se deben ver en el marco del implacable paso del tiempo, con una modernización vertiginosa en términos culturales, con la impiadosa acción de la globalización– la dirección de las políticas concretas del kirchnerismo parecen extraídas de aquel documento que, entre otras cosas, hasta prescribe la creación de un Ministerio de Ciencia y Tecnología).


Se ha dicho hasta el cansancio que la dictadura militar de 1976 intentó reorganizar la patria de los Mitre, los Sarmiento, los Roca, que no pudieron restablecer los intentos golpistas y restauradores de 1930 y 1955.

La idea central era volver a la república “aristocrática” que excluía a millones de argentinos y en la que apenas unos pocos apellidos pudieran diagramar políticas de las cuales aprovecharse en forma privada. Esa es la razón por la que nunca fue aristocracia republicana ni un “orden conservador”: fue un régimen oligárquico en el que los intereses privados estuvieron por encima de la economía nacional. Algo así como lo que plantean aún hoy los grupos económicos concentrados nucleados en AEA, la Mesa de Enlace y cierto sector de la UIA.

La historia académica ya ha demostrado que la economía argentina creció más en el período comprendido entre los años 1930-1976 –el auge del industrialismo y el mercado interno– que durante las dos etapas marcadas por el liberalismo conservador, es decir 1880-1930 y 1976-2001. Lo que demuestra que a las elites económicas dominantes de nuestro país le interesan muchísimo más sus ganancias particulares que el proyecto colectivo. Se trata, entonces, más que de una oligarquía con un proyecto concentrador de la riqueza, monopolizador y autoritario, de una cleptocracia de clase dominante. Y quizás allí esté la clave de por qué el capitalismo argentino no es otra cosa que un coto de caza para un par de grupos concentrados nucleados en la AEA, por ejemplo.

La posibilidad de troquelar la historia siempre es tentadora. Pero, desgraciadamente, lo es no sólo para los sectores nacionales y populares. De hecho, la ha llevado adelante siempre el liberalismo conservador con sus interrupciones golpistas. Desde el golpe decembrino que en 1828 derrocó a Manuel Dorrego hasta hoy el mecanismo siempre fue el mismo: esmerilar, deslegitimar a través de los medios de comunicación, debilitar por medio del ahogo financiero y, cuando nada era efectivo, clausuraban el proceso con una interrupción violenta. Víctima de este esquema fueron Dorrego, Juan Manuel de Rosas, Yrigoyen y Perón.

La semana pasada Mario Llambías, titular de la CRA, reivindicó el paro agrario contra Isabel Perón y retomó el discurso nefasto de los voceros de la última dictadura militar: “Quieren remplazar la bandera por un sucio trapo rojo”, dijo.

Hace unos meses Hugo Biolcati, presidente de la Sociedad Rural Argentina, se mofaba con Mariano Grondona, maestro del tanquetoperiodismo, de la posibilidad de un derrocamiento de la presidenta Cristina Fernández.

Otra vez son los sordos ruidos de tractores y de aceros, las huestes del liberalismo conservador que, cuando ven que se les dificulta el acceso al poder por vía democrática, empiezan a conspirar contra la democracia argentina.

Por todo lo demás, considero que aquellos sectores políticos, partidarios, mediáticos, que en 2008 se sintieron embelesados con el lock out patronal de lo que se llamó “El Campo” deberían hacer una fuerte autocrítica por haberse aliado con un sector que muestra cada vez que puede su atávico perfil autoritario.


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