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domingo, 16 de enero de 2011

POR SOBRE TODAS LAS COSAS, NÉSTOR ERA UN MILITANTE POLÍTICO, por Alicia Kirchner (para www.redacciónpopular.com)


Es posible que los más jóvenes hayan encontrado en Néstor un dirigente político creíble. Hablaba claro y sencillo para que todos lo entendieran. Había que ganar la batalla cultural, cambiando la lógica de los discursos a los que había descubrirles la entretela para saber a quién o a quiénes beneficiaban

Alicia Kirchner

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Néstor fue siempre un transgresor. En la vida y en la política. En cada uno de sus actos. Y lo fue hasta para no avisarnos que se iba. No era una actitud forzada. Formaba parte de su personalidad. Pensaba que actuar linealmente era como ponerle un corsé a la realidad. Había que transformarla y para eso había que hacer política desde la militancia. Siempre fue un militante. Y aunque el pueblo le haya destinado el lugar de estadista en la historia, estoy absolutamente segura que lo que más le apasionaba era ser militante. Militar la política con mística; militar la construcción de un modelo de país nacional y popular; militar la resistencia, la defensa de los derechos humanos, civiles y sociales; militar la Justicia Social, entendida como el derecho de los que menos tienen. Militar sin lugar a la tibieza. Por eso decía que “no van a pasar a la historia los que más especulan sino los que más se jueguen, los que más golpes reciban van a ser los que tengan el apoyo de la voluntad y la valentía del pueblo argentino”. Su defensa de los derechos humanos individuales no fue una pose de un “progresismo setentista”. La democracia formal recuperada en 1983 fue siempre chantajeada y por momentos logró alinear a sectores que le fueron adictos. Comenzamos con el juicio a las Juntas Militares, pero luego caímos en la obediencia debida y el punto final. Fue Néstor Kirchner quien se jugó ideológica y políticamente, para que los delitos cometidos durante la larga noche de la dictadura de la Seguridad Nacional, fueran considerados de lesa humanidad, tal como lo establece la doctrina en el mundo. Le abrió los caminos a la Justicia, para que fueran juzgados, bajo las reglas de la democracia, aquellos que no tuvieron reglas humanas a la hora de condenar a la muerte y la desaparición forzada, a miles y miles de argentinos y argentinas. La democracia entonces sí comenzó a saldar la deuda de los derechos humanos y, paralelamente, comenzamos a saldar la deuda social como un imperativo de los derechos colectivos.
Esa concepción de la política lo acompañó hasta el final. Lo decía en público permanentemente. Ser un ciudadano común con responsabilidades superiores, significaba un deber ser y un compromiso de sangre caliente. Para algunos, su forma de ser, de vestir, de expresarse, de comportarse, no resultaba propio de su investidura. Son los que siempre prefieren ver lo exterior, lo superficial, lo correcto, lo pacato. El Néstor del pueblo era su interior, que lo desbordó humanamente. No le importaba la crítica superficial que todo lo banaliza. Le gustaba más apretar manos, fundirse en abrazos sinceros, escuchar a la gente con sus problemas, para acudir siempre con las respuestas. Se regocijaba cuando le decían pingüino, porque le representaba como una marca registrada patagónica.
Y no fue casual que eligiera en una Feria del Libro para leer un poema de Joaquín Enrique Areta, expresando “quisiera que me recuerden… por haber hecho caminos; por haber marcado un rumbo”. Porque encajaba en el empuje que ponía a cada respuesta, a cada decisión política. Quisieron confundir al pueblo, tildándolo de “chirolita”, sin conocer su responsabilidad inquebrantable. Nadie que conociera a Néstor siquiera un poco, podría suponer que era manejable. Salvo por sus ideas y por sus convicciones. El país entero lo vio y vivió marcando rumbos desde el año 2003, pero nuestra Santa Cruz natal, lo tuvo antes abriendo caminos, como intendente de Río Gallegos primero y luego como gobernador. Los que estuvimos a su lado siempre trabajábamos en nuevos proyectos, en nuevas acciones; aportando para transformar la realidad. Podíamos estar analizando un proyecto de envergadura, pero no dudaba en llamarme para decirme, Alicia, hay una familia con problemas; hay un chiquito al que hay que ayudar; hay una emergencia climática y la gente necesita de nosotros. La cuestión social, para Néstor era la gente, el pueblo, los que menos tienen, los que necesitan ascender. Hizo carne la afirmación de Eva Perón en el sentido de que “donde hay una necesidad, existe un derecho”. Por eso cuando a poco iniciar nuestra gestión le dije que tenía las manos atadas para las pensiones no contributivas, que sólo se gestionaban cuando había una baja, me respondió sin dudar, “Alicia, para los derechos no hay techo”. En eso no había medias tintas. No lo permitía tampoco para sus colaboradores inmediatos. No dudaba en llamar él mismo a algún funcionario que no estuviera en su puesto cuando se lo necesitaba. Su compañera de toda la vida lo significaba cabalmente, porque la militancia política peronista siempre estuvo en la resistencia, al afirmar que Néstor, “supo pasar de esa resistencia - lo más importante - a la construcción de un país diferente”.

Política económica o economía política

He escuchado y leído afirmaciones en el sentido de que Néstor era el verdadero ministro de Economía en las sombras. Lo han dicho peyorativamente hasta cuando era presidente. Y lo criticaban con razón los poderosos. Porque siempre concibieron a la economía escindida de la política y por encima de la política. En democracia, cada vez que iba a asumir un presidente, el interrogante mediático habitual, siempre fue “quién será el ministro de Economía”. Hasta hacían lobby para imponer un candidato, que satisficiera sus intereses corporativos. No interesaba tanto el presidente, sino el ministro de Economía. Con él hacían negocios y negociados. Desde adentro y también desde algunos organismos internacionales o consultoras. No se hablaba de la decisión política del presidente en la economía del país, sino del programa económico del nuevo ministro de Economía. Y con Néstor la cosa fue distinta. Tuvieron que reconocer que sabía de economía, pero puesta al servicio de la política. Importaba la “política económica”, pero mucho más importaba la “economía política”, la que impacta más fuertemente en el pueblo. Y en eso era intransigente.
Tomaba decisiones audaces, como desendeudar al país, sacarnos del Fondo Monetario Internacional, nacido de los acuerdos de Bretton Woods, en 1944. Perón lo habría estado aplaudiendo. Jamás quiso que el país ingresara a ese organismo internacional, mucho más de especulación financiera y de sostén de la división internacional del trabajo, conformada a la hechura de las potencias, que a potenciar el desarrollo y la cooperación entre los pueblos. La Argentina ingresó al FMI de la mano de una dictadura militar y fue una democracia peronista la que volvió las cosas a su cauce natural. Vivamos con lo nuestro nos decía, cuando desde las corporaciones mediáticas aseguraban que nos aislábamos del mundo civilizado, que dejábamos de existir. Hoy nos miran con otros ojos. Y no por hacedores de un milagro, que no existen en política, sino por la decisión de un hombre que nunca ocultó ni subordinó sus convicciones.
A Néstor le exigieron todo. Dejaron el país en llamas y se lo puso al hombro. Hizo lo mismo que con la familia. Porque no tenía dos caras o dos formas de actuar en la vida. Nos animaba a diario a empezar como si fuera el primer día, porque estaba convencido de que a las urgencias de un país devastado, había que responderles con fuerza, con tesón. No estuvieron los 100 días de gracia que todo gobierno tiene al iniciar su camino. Desde el vamos nos dijeron que éramos un gobierno de transición. Buscaron siempre esmerilar una gestión que no les convenía a los intereses de las corporaciones; y lo siguen haciendo ahora con Cristina.

La agenda la marca el Gobierno popular

Néstor no permitió nunca que le marcaran la agenda política. Creyó siempre que el poder popular se ejerce. Le criticaban lo que denominaron como “la política de atril”, porque no lo podían condicionar las tapas de los medios. El pueblo se enteraba de las decisiones al mismo tiempo que los que siempre especularon. Le exigieron la racionalidad que muchos otros no tuvieron antes cuando les tocó gobernar y no la siguen teniendo ahora en el llano o en la oposición. Recuerdo que en un encuentro con intelectuales de Carta Abierta, en la Biblioteca Nacional, dijo que “la racionalidad que nos piden es el comienzo de la rendición, que nos pongamos de espaldas al pueblo para cuidar la imagen. Decimos que no a la racionalidad traidora, sí a la racionalidad creativa, a favor del campo popular”.
Néstor era consciente de los desafíos de su tiempo como presidente y de la continuidad de Cristina. Hablamos de un modelo de país sin dobleces, con una sola orientación, con un único mandato que es el del pueblo recuperando la participación y la democracia real. Sostenía que “no podemos ser miserables y dar dos pasos atrás. Tenemos que dar cinco pasos adelante, por nuestra historia, por nuestros compañeros que no están. Hay asignaturas pendientes que hay que rendir. Hemos recuperado el empleo, pero tenemos que recuperar la calidad del empleo. Hemos puesto en marcha el financiamiento educativo, pero tenemos que recuperar la calidad de la educación, fijar el proyecto educativo nacional. Hemos avanzado en la distribución del ingreso, pero es insuficiente. Nuestro país sigue siendo asimétrico. El Conurbano Bonaerense y el norte han sido devastados por el modelo neoliberal. Tenemos que enfrentar la concentración económica, los monopolios mediáticos”.
Por eso también se animaba a afirmar lo que algunos consideraban como una herejía política, cuando señalaba que no importaba tanto un concejal más o un diputado menos, “lo que importa es el Proyecto Nacional y Popular”. Corría el año 2008 y tenía muy en claro, que en otras épocas de nuestra historia, siempre la batalla la debía dar el campo nacional y popular, incluso con sus propias contradicciones secundarias. Y sobre todo que había que recuperar el modelo de país de la Justicia Social, que fue truncado con la caída de Juan Domingo Perón, en 1955.
Y también sabía cómo había llegado al Gobierno. Decía que “llegué como pude, en una Argentina quebrada, con la tapa de los diarios encendidas cada vez que llegaba el delegado del FMI a imponernos condiciones. Cuando iba a España me querían matar, sólo podía pelearme con los empresarios. Teníamos una fuerza propia nula. Pese a eso no le cedimos espacio a los personeros de los intereses de siempre y fuimos construyendo nuestra fuerza”.
La sujeción inquebrantable a sus convicciones, la anunció cuando llegó a la Casa Rosada. Como recordaba Cristina hace unos días, parecía como que las cosas fáciles lo aburrían, el desafío lo alentaba. Cuando se produjo la votación en el Senado por la 125, la mayoría de los medios lo dieron por acabado. Mejor dicho, dieron por acabado al Gobierno. En realidad era eso lo que querían, producir otro escape por la terraza de la Rosada. Pero los peronistas nunca abandonamos el barco por la sentina.
Después de esa votación, confesó en público que “yo soy más intuitivo que inteligente. El 18 de junio sentí que pasaba algo diferente, que estábamos en un punto de inflexión, que alumbraba un nuevo pensamiento, una nueva conciencia moral transformadora, la posibilidad de volver a creer. A la banda del desenlace vamos a tener que agradecerle que nos haya ayudado a despertar. Una gran asignatura pendiente es la construcción de espacios para que todo eso pueda expresarse. Ustedes tienen que construir esos espacios. Las grandes cosas siempre nacen en medio de una convulsión”.


Militó la unidad latinoamericana


Fue un dirigente político que traspasó las fronteras. Un estadista reconocido internacionalmente por la agudeza de sus análisis sobre la realidad de América latina y de los profundos cambios en el mundo. Le dio el impulso necesario al MERCOSUR, orientándolo hacia la unidad popular, dejando atrás los tiempos mercantilistas neoliberales, cuando se proyecto como una unión aduanera. Y fue por más en la unidad de la región. Por eso, los presidentes de América del Sur, lo designaron como secretario general de la UNASUR. La estatura que alcanzó en América latina, fue ninguneada en los medios argentinos. Sus gestiones para la liberación de rehenes de las FARC en Colombia, su intervención en el grave conflicto de ese país con Venezuela, fueron hechos considerados poco menos que de poca monta. Nunca hizo alarde de su decisión de contribuir a la unidad latinoamericana. Era su compromiso militante con la historia. Pero no cualquier unidad. Porque la unidad por la unidad misma es estéril. Decía que tenían que unirse los pueblos latinoamericanos en un destino común.
Fue Néstor quien impuso la agenda de la cuestión social en las discusiones latinoamericanas y el que se puso a la cabeza de la resistencia al proyecto norteamericano de George Bush, de transformar a América latina en un gigantesco supermercado, desde Alaska hasta Tierra del Fuego. En la Cumbre de Mar del Plata, cambió drásticamente una agenda a medida del imperio, por otra en la que se reconocía la centralidad del trabajo humano, una de sus máximas preocupaciones. Es posible que por eso, la Asamblea General de las Naciones Unidas, le haya rendido un homenaje casi inédito para un ex presidente, en una sesión especial encabezada por su secretario general, Ban Ki-moon.
Construimos, los que abrazamos esta causa nacional y popular una militancia conjunta, un trabajo permanente. Por eso Cristina señalaba días pasados, vale la pena reiterarlo, que “si tuviera que darle un título, le diría que fue un presidente militante”. En esa militancia permanente también había lugar para el humor y para jugarse en cada decisión que tomaba. Era siempre un desafío para abrir caminos y, como decía últimamente “para que florezcan mil flores, que no nos separen las cosas pequeñas, que busquemos la unidad en lo grande… es hora que la dirigencia política argentina deje de ser una dirigencia llena de temores, de miedo, de indecisiones porque el país necesita dirigentes con mucha convicción, con mucha decisión, con muchos principios, con mucha capacidad de administración que definitivamente consolide el rumbo; siento profunda pena, cuando veo a gran parte de la dirigencia política argentina, obviamente por lo menos en la superficie esa gran parte opositora, arrodillarse o tenerle temor a los medios económicos concentrados o mediáticos”.

Protagonista de los cambios

Es posible que los más jóvenes hayan encontrado en Néstor un dirigente político creíble. Hablaba claro y sencillo para que todos lo entendieran. Había que ganar la batalla cultural, cambiando la lógica de los discursos a los que había descubrirles la entretela para saber a quién o a quiénes beneficiaban. No había componendas a espaldas del pueblo. No había doble estándar. Después de tantos años de “achicar el Estado, es agrandar la Nación”, Néstor nos volvió a enseñar que el Estado somos todos y que nadie se realiza en una sociedad que no se realiza,
Néstor estaba siempre presente. Abordaba con pasión todos los problemas de los argentinos sin distingos y, sobre todo, proyectaba un país. Decía que “es importante que los jóvenes participen, que no esperen que los llamen, que discutan todo y que disputen. No es cuestión de edad sino de neuronas. Sean implacables con nuestras claudicaciones, que nadie los va a cercenar por ello. En la mesa de la discusión del poder no se pierde pureza. Por no entenderlo, le regalamos el poder a los sinvergüenzas. Tuvimos un problema cuando nosotros éramos jóvenes. En nuestra JP algunos creíamos que había que hacer política, participar en la democracia, pero también hubo quienes entendieron que tenían que tomar otro camino, militarista. Esa discusión ha sido zanjada por el tiempo y por eso ahora decimos que queremos más democracia, más política. Ustedes jóvenes, participen, no regalen espacios, sean parte de las instituciones, no se queden afuera para después tener que ir a esos despachos que podrían haber ocupado a pedir algo a quien los ocupa y si no los escuchan radicalizarse y contribuir al fracaso de todo”.
Poco antes del desenlace, que aún nos cuesta entender, Néstor Kirchner, anduvo por su patria chica. Tomó café con amigos en los lugares habituales y en el Boxing Club, abrió interrogantes políticos inimaginables. “He decidido volver a traer mi domicilio a Río Gallegos y a la provincia de Santa Cruz para volver a luchar con ustedes”, dijo ante miles de santacruceños. Y siguió diciendo: “Acá están mis abuelos, mis viejos, vive mi vieja, vive uno de mis hijos: en este lugar veo intendentes y funcionarios que estuvieron conmigo, luchando siempre por el federalismo, y veo la cara de compañeros y compañeras, muchos de ellos que conocí pibes y hoy son grandes, cuya presencia significa que mantienen los sueños y las ilusiones, y por eso, quiero decirles que voy a poner todo mi esfuerzo y sacrificio para que la transformación de Santa Cruz se profundice”. Un volver a las fuentes de esos sueños y esas ilusiones que nunca lo abandonaron, como él tampoco nunca abandonó a su pueblo.
El Movimiento Nacional y Popular, supo parir hombres y mujeres de su talla. Algunos ignotos, son los cuadros naturales que acompasan el crecimiento político de los pueblos. Otros son ignorados por la historiografía oficial, la que fue escrita por la reacción, la de los vencedores. Y otros, como Néstor, al que la historia del imaginario colectivo le asignó la tarea de la reconstrucción nacional y lo legitimó con la más alta investidura. Es curioso, que quién como siempre decía, llegó a la Presidencia con más desocupados que votos, se impusiera con terquedad, y lo lograra, cambiar la indignidad por el trabajo fecundo. Ahí fue legitimado por un pueblo al que le habían robado hasta las esperanzas. Las imágenes de los jóvenes, y otros no tan jóvenes, en las calles de Buenos Aires y en todo el país, resultaron incomprensibles para quienes lo catalogaron como iracundo, intransigente, violento, crispado.
La gente ganando la calle siempre fue el símbolo del pueblo que reanuda la movilización, la que trajina para su propia liberación. La que se inició aquél 17 de octubre de 1945, cuando los trabajadores, ese “subsuelo de la Patria sublevado”, al decir de Scalabrini Ortiz, pasaron por encima de sus dirigentes, para reivindicar sus derechos. Así legitimó el pueblo a Néstor, el presidente militante. Porque su legado fue “queremos ser los primeros de lo nuevo y no los últimos de lo viejo”.

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