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sábado, 22 de enero de 2011

ACERCA DE LA INFLACIÓN, por Horacio Chitarroni Maceyra (para "Señales Populares" de diciembre de 2010)



Por Horacio Chitarroni Maceyra, para “Señales Populares”, diciembre de 2010, pag.5

Según las estadísticas oficiales, en las que pocos creen, la inflación está en el orden del 10 por ciento anual o menos. Si se cree a las consultoras privadas y a los sindicatos que negocian sus salarios, entonces se sitúa en un punto que entre el 25 o el 30 por ciento anual. Como se verá, no es mucho en términos de la experiencia argentina.

¿Y qué es la inflación?

Para el común de la gente, prescindiendo de definiciones técnicas, es el aumento generalizado de precios de bienes y servicios. O bien –visto al revés- es la pérdida de valor de la moneda en términos de dichos bienes y servicios.
Así, para los monetaristas, es un fenómeno simple : si la cantidad de moneda circulante crece por encima de la oferta de bienes y servicios que han de comprarse con ella, estos bienes y servicios incrementan su precio. Y, en cambio, si falta circulante para las transacciones necesarias, estas transacciones se dificultan y decrecen, en tanto que los precios caen.
En parte esto es verdad, pero está lejos de ser la causa única de la inflación. Tal como pudo comprobarse en los años ochenta, cuando el mundo atravesó por un fenómeno que los estadounidenses dieron en llamar stangflation : estancamiento de la economía con inflación aparejada.
La inflación, como se puede ver, no siempre se debió a la misma causa. En el caso particular de nuestro país, a veces fueron las devaluaciones, otras veces la emisión monetaria para cubrir déficit fiscal y en otras oportunidades las pujas por el ingreso. Estos factores supieron combinarse en diferentes dosis.

Un poco de historia …

¿Cuándo comenzó la inflación?
¿Y cómo siguió?
Si uno mira una serie histórica del índice de precios al consumidor, advierte que, con base = 100 en 1943, a lo largo de 1945 va creciendo persistentemente, de manera que al culminar ese año crucial para la historia del país, ya teníamos 122. Y a fines de 1946, 145. Se había inaugurado, pues, la historia moderna de la inflación en la Argentina, de la mano de la irrupción de las nuevas demandas de los sectores populares y de la concreción exitosa de buena parte de ellas.
En 1949, cuando la participación del salario en el ingreso rondaba el emblemático 50 por ciento, el índice era ya 264. Los precios habían crecido 2,6 veces desde 1943. Sólo en el año 1951 fue de 50 por ciento. Y al promediar los años 50, al borde la Fusiladora, era de 677.
La inflación ya no se alejaría, por largo tiempo, del paisaje argentino. En los dorados años sesenta –que luego serían evocados con nostalgia- el promedio anual superó el 20 por ciento. Los precios crecieron alrededor de 10 por ciento en 1969 y 1970, pero luego, entre 1972 y 1973,el aumento alcanzó el 60 por ciento.
En los setenta, el índice se disparó a los tres dígitos, con un pico en 1976 (el recordado “Rodrigado”), cuando se multiplicaron los precios por más de cinco veces.
En 1982 los precios se triplicaron con respecto al año anterior y en 1983 se multiplicaron por casi cuatro. En 1984 y 1985 por siete. Luego vino el breve respiro del Austral – cuando sólo se duplicaron – y por fin llegó el acabose : la hiperinflación. Los precios se multiplicaron por 32 en 1989. Y en 1990 por 24.
El sosiego llegaría con la convertibilidad, que ‘malacostumbró’ a los argentinos a la estabilidad (por la que hubo de pagarse, qué duda cabe, un alto precio). El período sin inflación abarcó de 1994 a 2001, lapso en el cual el PBI sólo creció un magro 5 por ciento, más o menos.
Luego, vendría la hecatombe de la convertibilidad, y una inflación de 26 por ciento en 2002. Esta se moderaría entre 2003 y 2005 y retornaría a un nivel cercano al 20 ó 25 por ciento (según los cálculos alternativos, no oficiales) desde 2007.

¿Qué precio se pagó por la estabilidad?

De esta breve historia resulta que la Argentina, en los últimos 60 años, vivió muy pocos de estabilidad de precios. Digamos que solamente los años de la convertibilidad : 1994-2001. Menos de una década.

¿Cómo se logró y qué precio se pagó por ello?

Pues fue preciso acabar con la puja por el ingreso entre empresarios y trabajadores, que había sido una persistente causa del incremento de los precios en el pasado reciente.
El dólar depreciado y la apertura externa sometieron la producción local a una despiadada competencia de bienes importados muy baratos. Muchos productores se fundieron o convirtieron en importadores. Los que no lo hicieron debieron optar por mantener bajos los precios, ganando menos.
Esto implicó la pérdida de millones de puestos de trabajo, sobre todo en el sector productivo (los servicios no se ven expuestos a la competencia externa : no se puede importar cortes de pelo, aunque sí se puede ir de vacaciones al exterior…).
La industria quedó desmantelada y el desempleo sobrepasó el 20 por ciento. Pero esa tasa de desocupación disciplinó a los sindicatos y a los trabajadores : no era hora de pedir aumentos, sino de cuidar el trabajo, ¡Si se tenía suerte!. Así que la puja por el ingreso cesó y no hubo aumentos de precios.
Por otra parte, no había devaluaciones : el dólar costaba un peso y el peso costaba un dólar… De modo que el sector externo tampoco provocaba corridas de precios y las importaciones no se encarecían. Ni los precios percibidos por las exportaciones repercutían sobre los precios internos.
El Estado se libró de escuelas y hospitales y también procuró quitarse –a futuro- el pago de las jubilaciones, que mantuvo congeladas (150 pesos la mínima). Y el déficit se cubrió con deuda y no con emisión monetaria. Los intereses de la deuda se pagaban … ¡con más deuda…!. Con lo que no generaban inflación.
Pero un día, como era de esperar, todo saltó por los aires. Y se pagó un elevado precio por diez años de estabilidad. Llevaría mucho tiempo y esfuerzo empezar a recomponer el tejido productivo y social.

Y ahora, ¿por qué hay inflación?

Ahora la emisión monetaria acompaña al crecimiento de las transacciones. El Estado aumenta el gasto y ello incrementa la demanda, pero ésta crece, principalmente, a causa del aumento del consumo. Con bajo desempleo y aumento de los sueldos y jubilaciones y una masa de dinero agregada al consumo, debido a la Asignación Universal por Hijo, hay oportunidades para incrementar los precios.
No solo porque crecen los costos, sino simplemente porque se puede seguir vendiendo a un precio superior : ¿por qué resignarían los empresarios la oportunidad de ganar más?.
Esta inflación no es neutral, porque si se acelera aprecia la moneda local frente al dólar.
¿Cómo sucede esto? : pues si las cosas –incluidos los salarios- aumentan su precio en pesos y si el tipo de cambio no varía, también aumentan en dólares. Lo que hace que Argentina tienda a perder competitividad.

La curva de Phillips y la inflación : ¿a todos nos conviene lo mismo?.

En los años sesenta, un economista estadounidense, Alban W. Phillips, estableció una curva que relacionaba el desempleo con la inflación. Si se disminuía el desempleo por debajo de una ‘tasa natural’ (que dependía de cada economía), entonces crecían los precios. Y luego, sólo se los podía estacionar con una tasa de desempleo aún mayor, para encontrar un nuevo equilibrio.
Por eso, decía Phillips, no convenía bajar el desempleo por debajo del límite natural. Efectivamente, si se mantuviera un desempleo del 20 por ciento, entonces seguramente no tendríamos inflación : ¡como a fines de los noventa!.
No es un chiste. Si uno tiene ingresos fijos y no teme por su empleo –por ejemplo si es un empleado público o un jubilado- entonces le conviene que haya desempleo alto. Así, cuando las cosas estén mal para la mayoría, gozará de consumos más baratos y de estabilidad de precios.
Inclusive, si tiene que contratar trabajo –por caso, servicio doméstico- este abundará y será barato, pues la gente no tendrá pretensiones.
Claro, si es uno de los que debe buscar trabajo o si su empleo es inestable, entonces las cosas son diferentes. ¡No a todos les conviene lo mismo!

¿No hizo nada el Gobierno Nacional?

El gobierno hizo cosas, aunque no todas resultaron igualmente efectivas. Por un lado, las retenciones a las exportaciones son una pieza angular en la lucha contra la inflación. ¿Por qué?. Pues si por cada dólar que recibe por sus exportaciones, el exportador obtiene cuatro pesos, entonces ese es el precio de lo que exporta, que será igual para el mercado interno : sea trigo, maíz, soja o carne. Si le retienen un tercio, en cambio, el precio baja a tres pesos.
Claro, la soja se consume poco en Argentina. Pero si la rentabilidad de la soja es muy alta –si las retenciones no la reducen- entonces nadie destina un lote para producir otros cereales o a engorde de ganado. La oferta de estos rubros se reduce y su precio aumenta.
Además, la alta rentabilidad de la soja hace que el arriendo de los campos se encarezca, con lo que se incrementa los costos de producción de todos los bienes de origen agropecuario.
Por otro lado, los acuerdos de precios en ciertos rubros básicos –impuestos por el demonizado Secretario de Comercio Guillermo Moreno- ejercieron alguna moderación en el ritmo de los aumentos.
Asimismo, los subsidios –tan denostados- al transporte público, atenúan bastante el efecto inflacionario sobre los bolsillos de los sectores que más uso hacen de esos servicios.

La estructura de la oferta

La estructura oligopólica de la oferta –un factor generalmente poco considerado- es una de las razones que posibilitan el aumento de precios. Porque en los principales rubros alimenticios –por ejemplo- un par de empresarios poseen alrededor de 80 por ciento de la oferta. Es sabido que estas empresas fijan precios ‘hacia arriba’ y las demás, por cierto, se adecuan a ello.
Esto establece la oportunidad para el aumento de precios, pero también la posibilidad de actuar sobre ellos a través de acuerdo o –directamente- del control de costos y precios sobre las empresas formadoras. Si éstas fijan precios ‘hacia abajo’, entonces las demás –que cuentan con una porción marginal del mercado- no tendrán otra alternativa que seguir igual rumbo.
Es posible que no haya un mecanismo mágico –salvo que se opte por repetir la experiencia de los noventa- para abatir la inflación. En condiciones de crecimiento de la economía y aumento de la demanda, parecería que el ‘funcionamiento’ de la Argentina incluye cierta inflación, de la que hoy están ausentes las causas estructurales que la propulsaron a niveles extraordinarios en el pasado.
Lo que sí es posible es implementar políticas que combinen estímulos al aumento de la oferta –vía crédito- con controles de costos y precios. La ley que impulsa la CGT , que además de participación en la utilidades otorgaría a los trabajadores la posibilidad de acceder al control de los costos, puede iniciar un camino en esa dirección.

Por Horacio Chitarroni Maceyra, para el periódico “Señales Populares” , Año III, No.22, diciembre de 2010.
Señales Populares está dirigido por Norberto Galasso.
http://www.spopulares.com.ar/index.php


NOTA DIGITALIZADA POR "MIRANDO HACIA ADENTRO", 21-01-11.



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